Ella no miente… ¡sueña!...
Por: Alberto Aranguibel
La ignorancia, cuando es profunda e irremediable, puede llegar a ser candorosa y conmovedora.
A diferencia del mentiroso, el ignorante no obra con base en la mala fe ni la mala intención, sino que avanza en la vida con la esperanza de hacer siempre lo correcto, sin comprender jamás (por sus propias limitaciones) la dimensión de su torpeza ni la recriminación o el repudio del resto de la sociedad hacia él.
Es como el loco, emparentado con el ignorante profundo por la ingenuidad respecto de su padecimiento, que ve en el mundo una circunstancia inversa que debe ser resuelta mediante su particular concurso, a lo cual dedica su empeño y sus desvelos, convirtiéndose así frente al resto de la sociedad en penitente errante de su propia tragedia.
El ignorante sólo apelará a la mentira cuando considere que con ella hace un favor a la humanidad (mentira piadosa), o porque el entorno le convenza de su necesidad en función de algún provechoso propósito (mentira perversa).
Ese entorno complaciente y benévolo que ve en el ignorante una persona a la que hay que brindarle comprensión y abrigo, es factor esencial en el desarrollo de su personalidad. Es quien le da apoyo y le ayuda a creer en el mundo amigable y multitudinario que a veces siente que le rodea, lo que por ende le conduce a formarse la errada certeza de ser no sólo muy popular sino también inteligente.
No es culpable entonces el ignorante de su infortunio. Menos aún cuando esa ignorancia es producto de la mezquindad de un sector todopoderoso que con dinero forja el porvenir de su gente a su antojo y conveniencia, escondiéndole en todo momento la verdad de un universo al que jamás tiene acceso en virtud de sus holgadas posibilidades y de su odiosa condición de clase.
Esclavos de esa estrecha concepción que todo lo propio lo coloca en el renglón de lo maravilloso y espectacular y lo ajeno en el ámbito de lo asqueroso y repudiable, no aciertan a superar la tragedia de su ignorancia profunda más por hábito que por convicción. De allí su creencia en el montaje, por ejemplo, de tiroteos como recurso electoral.
Ella no sabe que miente. No tiene cómo saberlo. No es su culpa, sino de una clase atrasada, reaccionaria y perversa que la engañó desde niña y la dejó sin realidad para siempre.
albertoaranguibel@gmail.com
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