ROQUE
Era el año de 1963, sí, a mediados de ese año, luego de mi fuga de la cárcel de La Planta en Caracas, el partido decidió que no tenía otra alternativa sino dar con mi estatura quijotesca en las montañas del Estado Lara, para ser enrolado en el movimiento guerrillero que lideraba el mítico Comandante Argimiro Gabaldón, en lo que se llamaba Frente Guerrillero Simón Bolívar.
No viene al caso contar las peripecias que tuve que sortear para llegar a mi punto de destino, salvo que fue un viaje complicado por dos razones, una, porque hube de estar pendiente de no ser apresado por la policía política porque sería muerto de inmediato, y la otra, por quien me trasladó a mi destino, a unos 400 kilómetros para la época, creo que esa persona, un comunista de vieja estirpe, no cruzó conmigo mas de diez palabras durante el recorrido, cual fue de unas seis horas. No era muy comunicativo el señor, luego supe que le decían Chivo Arrecho. Sin embargo, pude llegar a un sitio donde se respiraba solidaridad y camaradería revolucionaria, era la casa de Mama Eva, en La Goajirita, un pequeño caserío cercano a la ciudad de El Tocuyo. Allí me atendieron y me pusieron al tanto de algunas cosas que debía observar mientras me encontrara en aquella casa.
Recuerdo que un Hombre de barba rala, llamó mi atención y puso en mis manos un machete Collins cuatro canales de larga hoja y me dijo:;
-Venga conmigo, aquí no estamos en los cafetines de la Universidad Central, hay que ganarse la comida.
No dije nada y seguí a aquel hombre hasta una loma larga y de allí bajamos un árbol seco que debíamos convertir en astillas para mantener la candela en los fogones. Hube de aguantar muchas presiones de ese líder, buscar agua en el buco, moler maíz, hacer guardia por si acercaba alguien inconveniente, hasta que un día alguien gritó a media tarde: llegó Roque, vamos a darle la bienvenida.
En efecto apareció un joven como yo, alto y delgado, ágil de movimientos y con una sonrisa para todos…
-¿Cómo está Mama Eva, se le aliviaron los quebrantos? Epa Rufino, te hacía por los lados de Chabasquén haciendo el trabajo aquel. No han visto a Teófilo “El Conejo”, necesito ubicarlo con urgencia. Quiero que me digan si llegó el camarada que nos anunciaron desde Barquisimeto.
- Ese soy yo, estoy a sus órdenes.
- Bienvenido camarada. Déjame salir de unos encargos y nos reunimos tú y yo ¿Cómo te han tratado?
Roque se desentendió de mi persona, abrazó a Mama Eva, saludó a los muchachos y entró en la casa que hacia de habitación y cocina de todo el contingente humano que allí estaba en espera de la línea a seguir. Roque habló al colectivo de las directivas del Comité Central, Comité Regional y del Comandante del frente guerrillero. Era un hombre joven, de buena palabra y que denotaba don de mando. La reunión terminó con un pequeño aplauso y con tareas concretas para los presentes, una de ellas aceitar la base social en todo el Distrito Morán, donde el Partido Comunista gozaba de gran prestigio.
Ya entrando la noche Roque se me acercó y me dijo que hablaríamos debajo de una mata de mamón que estaba apartada de la Casa de Mama Eva. Compartimos una mascada de chimó y me explicó como andaban las cosas en esa parte del territorio nacional. Fue enfático en que debía, a la brevedad, conocer a los hermanos Quintero quienes iban a enseñarme como vivir en esos lugares. Me enteré ese día que sería un factor de la retaguardia del frente guerrillero, porque ya estaban enterados de mis experiencias rurales en la zona de Barlovento, donde estuve con Luben en el año 1961, en un intento para tener una guerrilla en el Cerro del Bachiller, idea que acabó rápido debido a la cercanía con la capital y lo dañino, por infestada, de esa montaña.
Bajo ese árbol, en el patio de la casa de Mama Eva, nació la amistad de Roque y este servidor que pasó a llamarse Carmelo, de allí en adelante compartimos muchos momentos de alegría, combates, reuniones partidistas, curas de hombres enfermos, lecturas ideológicas y literarias. Allí supe que habiéndose casado, en plena luna de miel, le dijo a su mujer que se iba a las guerrillas y ese fue su matrimonio. Era un combatiente distinguido, de mucha entereza y sacrificio, que se ganó los galones a fuerza de trabajo, solidaridad y cariño para la gente que estaba bajo sus órdenes.
Luego de esa conversación comenzó mi trabajo en la retaguardia. Roque nos impartió clases de cómo manejar armas de guerra y explosivos, era un experto maestro y en los ejercicios se comportaba como un soldado raso más, no pedía nada para él que no fuera lo que tendríamos todos, su mandato no era discutido en la retaguardia, aunque yo ya no dependía de él, sino del Comité Local, siempre guardamos tiempo para conversar e intercambiar impresiones sobre el trabajo de abajo - la retaguardia- como el que se cumplía en los campamentos donde estaban los combatientes.
Roque me llevó al día siguiente a conocer a la familia Quintero, en El Cercado. Eran unos campesinos con años de luchas para reivindicar a la gente de su clase, ellos eran Teófilo “El Conejo”, Cipriano, Román y Bernabé “El Cosaco”, este último desde ese día pasó a ser mi baquiano y mi mentor en toda clase de cuestiones de la vida. Hace pocos meses murió Bernabé a los 108 años, Cipriano y Román fueron fusilados después de recibir grandes torturas por los esbirros de la IV República que para ese momento eran comandados por Camilo Vethencourt, posteriormente ascendido a general y de ingrata recordación por ser un asesino contumaz, y Teófilo se fue de este mundo debido a la diabetes hace ya algunos años.
Roque era un joven alegre, de buen desempeño en la política, disciplinado y con un gran arrojo personal a la hora de enfrentar al enemigo. Lo recuerdo cuando vino a despedirse de mí, porque lo operarían en un hombro, me dijo que lo esperara, porque me traería un radio para que oyera la Voz de La Habana y al Comandante Fidel Castro. Me imaginé que iría a Cuba. Nos dimos un abrazo y partió, en verdad no sabía si lo vería de nuevo, así era la vida en esa época, la amistad era vital, pero la misma, generalmente, tenía una permanencia efímera. Desde luego teníamos una existencia azarosa. Pero me llevé una sorpresa muy agradable, Roque no sólo volvió, sino que con él venía un radio transistor para que yo oyera, en cualquier zona de mi territorio, los domingos a través de la emisora maracucha La Voz de la Fe, el programa Grandes Intérpretes de la Música Vocal. Es de imaginarse la alegría que sentí con esta llegada
-Coño, Carmelo, estás en el hueso.
-Roque, los cercos. Los cercos han sido arrechos y la represión. Hemos confrontado algunos problemas que ya te contarán allá arriba. Mientras vamos a tomarnos un guayoyo, donde estabas ni por el carajo te iban a dar un café como este.
Roque y yo hablamos de lo divino y lo profano en su regreso e incorporación a la lucha ya curado de sus lesiones.
II
Después un largo tiempo en mis tareas de retaguardia y de apoyo constante a las columnas del frente guerrillero, caí prisionero por una delación y fui dar con mis huesos en prisión después de recibir torturas a granel, fueron varias cárceles en las que estuve aherrojado, entre ellas la de Barquisimeto; El Cuartel San Carlos en Caracas; Campo de concentración “Rafael Caldera” en la Isla del Burro en el Lago de Valencia y, por último, la Cárcel Nacional de Sabaneta en Maracaibo, de la cual salí 6 años después. Fui juzgado por el Delito de rebelión militar y por el delito de difamación e injurias a las Fuerzas Armadas, eran juicios que se ventilaban en los tribunales militares y se nos aplicaba el vetusto Código de Justicia Militar. Me exiliaron y fui a tener con mi magrura a lo quijote a Suiza.
Debo decir que mi amigo y camarada Roque, vengó la traición de la cual fui objeto y me hizo llegar por los caminos verdes de la información partidista que estaba pendiente de mis aconteceres, Roque de quien después supe que se llamaba Iván Daza, siempre cultivó esa amistad que nació bajo aquel mamón en el patio de la casa de Mama Eva.
Como suele suceder cuando las cosas se ponen feas, Roque y yo perdimos los enlaces y un día, no recuerdo exactamente la fecha me llegó a la cárcel la infausta noticia de que lo habían asesinado en una emboscada. Ciertamente la noticia me conmovió hasta los tuétanos y solo me quedó, en ese momento alojarlo en mi corazón de manera permanente, en lugar de privilegio, con la intención de no permitir que fuera olvidado jamás. Roque, Bernabé, Argimiro, Teófilo, Sandalio, Cipriano, Ramulfo, Paramaconi, Román y muchos otros que se han ido están aquí cerca, se les oye respirar en nosotros mismos, en mi mismo.
Roque sabía de mis inquietudes literarias y para él hice un pequeño poema, que aún guardo.
Érase una vez una palabra y una sonrisa
Érase una vez el tiempo bajo sus botas de joven capitán
Érase una vez la flor y el fusil
Era una palabra
Era un gesto
Era el hasta luego con alegría
Así era Roque
Una llama
Una gota de lluvia
La amistad
Roque se reía de mis recuerdos de primaria, cuando yo le decía que él era el Roque de mi libro Snell de primer grado.
-Corre Roque se quema mi casa. Roque corre que se quema mi casa. Coño Roque que se quema mi casa. (Ciertamente ese coño no estaba en el libro, pero hacía falta en nuestra conversación)
Han pasado más de 40 años de la desaparición de Roque, pero su imagen está imborrable en mi mente. No sé qué más decir, sólo que debo levantar mi copa, hasta los bordes de cocuy, para decir antes del trago: SALUD, HERMANO MÍO. Eres nuestro, eres el ejemplo a seguir.
VENCEREMOS!
Andrés Aguilar-Pérez
(Carmelo)
Andresaguilarperez@gmail.com
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