Los hombrecitos de lomo duro Salieron del campo latinoamericano para treparse a los techos de los rascacielos, para pegar paredes de elevadores, para cortar láminas de vidrio, para cargar trozos de árboles que adornan los jardines de las mansiones. Para meterse hasta el cuello en las alcantarillas de las carreteras, de los restaurantes y destapar baños en los estadios. / Miércoles 30 de septiembre de 2020 |
No tienen contratos, les dan trabajo de palabra y les pagan lo que
el empleador quiera. Son los que más trabajan y los que menos
dinero generan. Son los latinoamericanos que trabajan en construcción
en Estados Unidos. Sus cuerpos como de niños, como de adolescentes
recién en desarrollo, la piel pegada a los huesos, bajos de estatura y
hasta un poco enclenques si se les mira bien.
Llegan en parvadas a trabajar en los techos de las casas en construcción,
como puntos finos se miran a la distancia de las alturas. Ponen y quitan,
ponen y quitan; martillan, pegan, levantan, todo esto de rodillas. Todo
el día de rodillas, toda la semana, todo el año, décadas de rodillas. Como
los que ponen las alfombras sobre el piso, metros y metros de alfombras.
Estos hombres que en su mayoría son indígenas salidos del campo
latinoamericano cambiaron el trabajo de la tierra por el de la albañilería pesada.
Porque en Estados Unidos quedó atrás el cernidor, el cincel, la cuchara y
la espátula, entre la fumarola de la industrialización las herramientas cambiaron
y los lomos de los migrantes indocumentados latinoamericanos son los que
cargan las grandes tablas y los paquetes de tejas artificiales que adornan
los techos de las casas cuando el brazo robótico de la grúa no alcanza.
Los empleadores que pueden ser estadounidenses anglosajones, latinos
con documentos, europeos, asiáticos o negros adinerados, jamás levantan
el peso que cargan los lomos de los hombrecitos. En construcción, los lomos
fornidos de los trabajadores europeos, galanes, bien nutridos jamás realizan
el trabajo que hacen los indocumentados latinoamericanos. Entre el sol abrasador
del medio día se les ve trabajando en los caminos en construcción, en las
temperaturas bajo cero del invierno, en los horarios de madrugada, ahí están
los hombrecitos latinoamericanos haciendo el trabajo más pesado porque
la maquinaria, el brazo robótico, la grúa, el camión de carga, eso lo maneja el
europeo, el anglosajón, el latino nacido en el país, el latino migrante es el que
se lanza entre las alcantarillas a destaparlas, es el que hace la zanja, el que
saca la tierra, el que carga la cubeta llena de cemento fresco. De estatura
parecen niños a la par de los anglosajones y los europeos, de los afros bien
fornidos que jamás serán relegados al trabajo de los indocumentados.
Salieron del campo latinoamericano para treparse a los techos de los rascacielos,
para pegar paredes de elevadores, para cortar láminas de vidrio, para cargar
trozos de árboles que adornan los jardines de las mansiones. Para meterse hasta
el cuello en las alcantarillas de las carreteras, de los restaurantes y destapar baños
en los estadios. Pequeñitos, insignificantes en estatura en este país de hombres
altos y fornidos. Ellos como los pueblos originarios de este país tienen la estatura
milenaria y la fuerza y la resistencia milenaria, que pareciera que no se cansaran
nunca porque nunca descansan, trabajan de lunes a domingo hasta tres turnos.
Por el trabajo que realizan pudieran pagarles el doble o el triple de lo que ganan
sus compañeros europeos o afros, pero no sucede. Y con regularidad el que más
se aprovecha de ese lomo curtido es el latino que ya logró tener sus documentos,
o el latino nacido en el país que es igual o peor de prepotente que el que ya tiene
documentos. Y no digamos si es originario del mismo país, del mismo departamento o
del mismo pueblo. Y si es familia a ese lomo se le despelleja con sal y limón y
a ese espíritu se le humilla hasta que pierda las esperanzas de todo.
Pero son inquebrantables los hombrecitos de lomo duro, cuando menos se lo
esperan los demás, dejan de estar de rodillas y se ponen de pie, no importa
si han llevado hincados la mitad de su vida, un día logran ponerse en pie y
caminan con la dignidad, fortaleza y resistencia milenaria de sus ancestros.
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