ESTAMPA DE LEOPOLDO LÓPEZ
EN MOD0 MENARD LLANERO
Tan
célebre es la reescritura de El Quijote que Borges (el autor del Informe de
Brodie, naturalmente, no Julio, el secuaz de López, a quien la madre de
éste le deslizó en el pasado un cheque de la caja chica de PDVSA para fundar Primero
Justicia y Diosdado Cabello se lo mostró en cara en tamaño de ploter y en
alta resolución ); tan memorable es la invención del Pierre Menard
borgiano que emprendió la imposible tarea de superar el esfuerzo y la gloria
que recorren, desde principios del siglo XVII, la obra de Cervantes. A
diferencia de Avellaneda, quien en un error de verisimilitud pretendió,
apócrifamente, opacar la escritura cervantina aspirando a hacerlo mejor y
distinto a Cervantes, Menard, en una estrategia insólita y genial, reescribió
letra a letra, palabra a palabra, tolete a tolete, fielmente El Quijote.
En
ocasión del tour de López y su prontuario, este solitario cronista de los
fulgores y miserias del presente político, cual otro Pierre Menard que aún
espera un Clap con aceite de oliva, deja colar una crónica escrita hace menos
de una década en la prensa bolivariana nacional, que da cuenta de algunas señas
del prófugo, hoy huésped del Reino de España. Aquí la expongo:
Cuenta el escritor gallego Manuel Rivas que a Lucky Luciano le ensoberbecía la sangre que lo
igualaran –por más sutil que fuera la mención- con capos de tercera categoría
dedicados a los estipendios del narcotráfico, pues su verdadera vocación,
descubierta en Nueva York, era la de gestionar bienes y raíces, engullir fideos
a la putanesca con toquecitos de morfina para aliviar un dolor verdugo clavado
en la base de su cráneo y escuchar hasta el aturdimiento una ráfaga de la Traviata junto a sus adorables
bambinos. Hasta que en la vía apareció Al Capone, y se juntaron gozosos, y así
formaron honorables familias ramificadas a lo largo y ancho del globo
terráqueo, y con sus fortunas, fueron capaces de sufragar guerras, dinamitar
ciudades y recomponer los más nobles valores civilizatorios de occidente.
A Leopoldo López, fascinado como está por la imagen que le devuelve el espejo
de la CIDH y los vítores de la bienaventurada muchedumbre que lo recibió de
vuelta de Costa Rica, casi seguro que no le falta un guiño más para encarnar,
sin ningún efecto especial, una versión cinematográfica criolla de Luciano,
producida en blanco y negro por mi amigo cineasta Alfredo Lugo, ambientada
alternativamente en La Dolorita de Petare y en los predios del antiguo Cine
Altamira, donde este discípulo de Peña Esclusa comandó públicamente las
guarimbas.
Es que el tipo de López no el del maleante aristócrata que para ganar masa
muscular come bocadillos de alfalfa con huevos cocidos; no. López es un
tránsfuga de esa especie de consorcio que es Primero Justicia, que nació “chulo
y sin remedio” y, muy probablemente, de no estar identificado con las iracundas
legiones que poblaron de atrocidades las calles de Caracas, asediaron a los
diplomáticos cubanos, esposaron al Ministro Rodríguez Chacín, habría estado
ejercitándose en esa disciplina “deportiva” tan taoísta llamada Run Race: es decir, cagándose en la
madre de alguien, en este caso de la tierra, porque los espacios públicos o de
la naturaleza no son de nadie sino de quienes los orinan a plena luz del día,
como él, o de quienes acuden a ellos para saciar sus pulsiones fascistas.
Primero fue Tradición, Familia y Propiedad; después fue el golpe. Primero
Golpista. Leopoldo Golpe. Ahora quiere ser Presidente, como Alvarez Paz. Y ya
tiene su escuadrón: Ramón Rosales, Eduardo Manuit, Ramón Martínez, Dixon
Moreno, Carlos Ortega, Carlos Fernández. Pero él es como un Lucky Luciano: no
le gusta que le digan “mafioso” ni golpista: díganles demócrata.
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