Científicos anticipan para la ONU el fin del capitalismo
El capitalismo, tal y como lo conocemos, se ha terminado. Así lo sugiere un reciente informe realizado por un grupo de científicos por encargo del Secretario General de Naciones Unidas. ¿La razón principal? Estamos en una rápida transición a una economía mundial radicalmente diferente, debido a nuestra explotación, cada vez más insostenible, de los recursos ambientales del planeta, y al cambio a fuentes de energía menos eficientes.
El Cambio Climático y la extinción de especies se están acelerando al tiempo que las sociedades experimentan una desigualdad y un desempleo que van en aumento, un lento crecimiento económico, unos niveles de deuda al alza y unos gobiernos impotentes. Al contrario de lo que los responsables de las políticas públicas acostumbran a pensar, estos problemas no son realmente, en absoluto, crisis separadas.
Dichas crisis son parte de la misma transición de fondo. La nueva era se caracteriza por una extracción ineficiente de combustible fósil y por unos costes derivados del Cambio Climático que se están escalando. El pensamiento económico convencional capitalista ya no puede explicar, predecir ni arreglar el funcionamiento de la economía mundial en esta nueva era.
El cambio energético
Estas son las conclusiones de un nuevo estudio de base preparado por un equipo de biofísicos fineses a quienes se había solicitado que proporcionasen una investigación que sirviese de información de partida para la elaboración de una nueva edición del Informe de la ONU sobre Desarrollo Sostenible Mundial (GSDR, por sus siglas en inglés), que será publicada en 2019.
Por “vez primera en la historia humana”, dice el trabajo, las economías capitalistas están “moviéndose hacia fuentes de energía que son menos eficientes energéticamente”. La producción de energía útil (“exergía”) para mantener funcionando “tanto las actividades humanas básicas como no-básicas” en la civilización industrial “va a requerir más esfuerzo, no menos”.
Simultáneamente, nuestra voracidad por la energía está detrás de lo que el estudio denomina como “costes de sumidero”. Cuanto mayor es nuestro uso de energía y materiales, más desperdicio generamos, y de ahí se derivan unos mayores costes medioambientales. Aunque los podamos ignorar durante un cierto tiempo, al final estos costes ambientales se traducen directamente en costes económicos, a medida que se va haciendo cada vez más difícil ignorar sus impactos sobre nuestras sociedades.
Y el mayor “coste de sumidero”, por supuesto, es el Cambio Climático: “Los costes de sumidero también se están incrementando; las economías han agotado la capacidad de los ecosistemas planetarios de hacerse cargo de los residuos generados por el uso de energía y materiales. El cambio climático es el coste de sumidero más acusado.”
En conjunto, la cantidad de energía que podemos extraer, comparada con la energía que estamos empleando para extraerla, está decreciendo “a través de todo el espectro —los petróleos no convencionales, la nuclear y las renovables ofrecen menos energía en su generación que los petróleos convencionales, cuya producción ha tocado techo— y las sociedades tienen que abandonar los combustibles fósiles a causa de su impacto sobre el clima.”
La ONU
Una copia del informe, disponible en el sitio web de la Unidad de Investigación BIOS en Finlandia, me fue remitida por el autor principal, el Dr. Paavo Järvensivu, un economista biofísico, una rara —aunque emergente— rama de la Economía que explora el papel de la energía y de los materiales en el funcionamiento de la actividad económica.
Conocí al Dr. Järvensivu el pasado año, cuando estuve dando una conferencia en la Unidad de Investigación BIOS sobre los resultados de mi propio libro, Failing States, Collapsing Systems: BioPhysical Triggers of Political Violence.
Un grupo de científicos (IGS) está preparando el informe GSDR de la ONU encargado por el Secretario General. El IGS se apoya en un grupo de organismos de NN.UU. que incluye el Secretariado de NN.UU., la UNESCO, el Programa Medioambiental, el Programa de Desarrollo, la Conferencia de NN.UU. sobre Comercio y Desarrollo y el Banco Mundial.
El IGS de la ONU encargó el estudio realizado conjuntamente por el Dr. Järvensivu con el resto del equipo de la BIOS, específicamente para el capítulo titulado “Transformación: la Economía”. Los documentos de contexto solicitados se utilizan como base para el GSDR, pero lo que termina apareciendo en el informe no se conocerá hasta que sea publicado el año próximo.
El estudio de BIOS sugiere que buena parte de la volatilidad política y económica a la que hemos asistido en estos últimos años tiene una causa fundamental en esta crisis ecológica que avanza gradualmente. A medida que los costes ecológicos y económicos del sobreconsumo industrial continúan elevándose, se pone en peligro el constante crecimiento económico al que nos hemos acostumbrado. Esto, a su vez, ejerce una enorme tensión sobre nuestra política.
Sin embargo, nuestros responsables continúan ignorando los temas subyacentes.
Entra más, sale menos
“Vivimos en una era de confusión y profundos cambios en las bases energéticas y materiales de nuestras economías. La era de la energía barata está llegando a su fin”, afirma el estudio.
Tal como hacen notar los científicos fineses, los modelos económicos convencionales “desprecian casi totalmente las dimensiones energéticas y materiales de la economía”.
Los científicos hacen referencia al trabajo pionero del ecólogo de sistemas Charles Hall, profesor de la Universidad Estatal de Nueva York, con el economista Kent Klitgaard, profesor del Wells College. Este año, Hall & Klitgaard publicaron una edición actualizada de su obra seminal, Energy and the Wealth of Nations: An Introduction to BioPhysical Economics.
Ambos son sumamente críticos con la teoría económica capitalista mayoritaria, a la cual acusan de haberse divorciado de algunos de los principios más fundamentales de la ciencia. Mencionan el concepto de la tasa de retorno energético (TRE, o EROI en inglés: energy return on investment) como el indicador clave del cambio que se está dando hacia una nueva era de energía difícil. La TRE es una simple ratio que mide cuánta energía utilizamos para extraer más energía.
“A lo largo del último siglo, todo lo que teníamos que hacer era bombear más y más petróleo del suelo”, dicen Hall y Klitgaard. Hace unas décadas, los combustibles fósiles tenían unos valores de TRE altos: un poquito de energía nos permitía extraer enormes cantidades de petróleo, gas y carbón.
Pero como ya he explicado en otra ocasión, este ya no es el caso. Actualmente estamos usando cada vez más energía para extraer cantidades cada vez más pequeñas de combustibles fósiles. Y esto implica costes de producción más elevados para producir todo que mantiene la economía en marcha.
Y no será porque estas materias no estén aún ahí bajo el suelo: todavía quedan miles de millones de barriles, seguro… suficientes para freír el clima varias veces. Lo que sucede es que cada vez es más difícil y costoso de sacar. Y los costes ecológicos de su extracción se incrementan de manera dramática, tal y como hemos podido apreciar durante la ola de calor mundial de este verano [boreal].
Conduciendo a ciegas
Los mercados capitalistas no reconocen estos costes. Literalmente, son incapaces de verlos. Este pasado agosto, el inversionista multimillonario Jeremy Grantham —que cuenta en su haber con una predicción sistemática de las burbujas financieras— publicó una actualización de un análisis suyo de abril de 2013, “The Race of Our Lives”.
Su nuevo artículo proporciona una acusación contundente contra el capitalismo contemporáneo por su complicidad en la crisis ecológica. El veredicto de Grantham es que “el capitalismo y la economía mayoritaria sencillamente son incapaces de ocuparse de estos problemas”, es decir, el agotamiento sistemático de los ecosistemas planetarios y de los recursos ambientales:
“El coste de reposición del cobre, los fosfatos, el petróleo y el suelo fértil, etc., que usamos, ni siquiera entra en consideración. Si lo hiciera, es probable que los últimos diez o veinte años (en cualquier caso, para el mundo desarrollado) no hubiesen visto ningún beneficio en absoluto, ningún incremento en los ingresos, sino todo lo contrario.”
Ha habido esfuerzos bienintencionados de contabilizar estas llamadas externalidades, calculando sus costes reales, pero han tenido un impacto despreciable sobre la actuación real de los mercados capitalistas.
En resumen, según Grantham, “estamos ante un tipo de capitalismo que ha centrado absolutamente su atención en la maximización de los beneficios a corto plazo, sin ningún interés aparente en el bien social”.
Pese a toda su presciencia y sus visiones críticas, Grantham no capta el factor más fundamental en este gran embrollo en el cual nos encontramos: la transición a un futuro de baja TRE en el cual, básicamente, no podremos extraer los mismos niveles de excedentes energéticos y materiales de hace unas décadas.
El mismo punto ciego de Grantham lo encontramos también en el libro Postcapitalism: A Guide to Our Future del periodista económico británico Paul Mason, donde teoriza acerca de la emancipación de la fuerza laboral facilitada por las TIC al reducir estas el coste de la producción de conocimiento —e incluso de otros tipo de producción que podrían ser trasformados por la IA, blockchain, etc.— a cero. Así, asegura, surgirá una era poscapitalista utópica de abundancia masiva, más allá del sistema de precios y de las reglas del capitalismo.
Suena muy bonito, pero Mason ignora completamente la colosal infraestructura física, en aumento exponencial, requerida para la internet-de-las-cosas. Su revolución digital se estima que consumiría masivas y crecientes cantidades de energía (nada menos que 1/5 de la electricidad mundial en 2025), y produciría el 14% de las emisiones mundiales de carbono en 2040.
Hacia un nuevo sistema operativo de la economía
Así pues, la mayoría de observadores no tienen ni idea de las realidades biofísicas actuales: el hecho de que la fuerza que está dirigiéndonos a una transición al poscapitalismo es el fin de la era que hizo posible, antes que ninguna otra cosa, el capitalismo del crecimiento sin fin; esto es, la era de la energía abundante y barata.
Y, de este modo, nos hemos trasladado a un espacio nuevo, impredecible y sin precedentes, en el que la caja de herramientas de la economía convencional no dispone de respuestas. Ahora que el lento crecimiento económico continúa arrastrándose, los bancos centrales han acudido a las tasas de interés negativas y a comprar enormes cantidades de deuda pública para mantener nuestras economías en funcionamiento. Pero ¿qué sucederá cuando estas medidas se agoten? Los gobiernos y los banqueros se están quedando sin opciones.
“Se puede afirmar con seguridad que no se han desarrollado modelos económicos que sean ampliamente aplicables, específicamente, para la era que se avecina”, escriben los científicos fineses para el proceso de redacción del informe de la ONU.
Al haber identificado esta carencia, han expuesto las oportunidades para la transición. Pero los mercados capitalistas no serán capaces de facilitar los cambios necesarios; serán los gobiernos los que tendrán que dar un paso al frente, y las instituciones tendrán que darles forma de manera activa a los mercados para que encajen con los objetivos de la supervivencia humana.
“Una energía más cara no lleva necesariamente al colapso económico”, afirma el autor principal, Paavo Järvensivu. “Por supuesto, la gente no dispondrá de las mismas oportunidades para consumir, no hay suficiente energía barata disponible para eso, pero tampoco van a acabar automáticamente en el desempleo y la miseria.”
En este futuro de baja TRE, lo que tenemos que hacer es aceptar el duro hecho de que no podremos mantener los actuales niveles de crecimiento económico. “Abastecer los niveles actuales de demanda energética, o superiores, en las próximas décadas, con soluciones bajas-en-carbono será extremadamente difícil, por no decir imposible”, concluye el artículo. La transición económica debe pasar por un esfuerzo “para reducir el uso total de energía”.
Las áreas clave para conseguir esto incluirían el trasporte, la alimentación y la construcción. El planeamiento urbanístico tiene que adaptarse para promocionar los desplazamientos a pie y en bicicleta, un giro hacia el trasporte público, así como su electrificación. Los hogares y lugares de trabajo deberán estar más conectados y cercanos. Al tiempo, el trasporte internacional de mercancías y la aviación no podrán continuar creciendo a las tasas actuales.
Al igual que el trasporte, habrá que revisar el sistema alimentario mundial. El Cambio Climático y la agricultura intensiva-en-petróleo han expuesto los riesgos que supone el que los países se hagan dependientes de las importaciones de alimentos procedentes de unas pocas áreas de producción. Será esencial un cambio hacia la autosuficiencia alimentaria tanto en los países pobres como en los ricos. Y, finalmente, los lácteos y la carne deberían dejar paso a unas dietas en buena medida basadas en vegetales.
La industria de la construcción, con su foco puesto en la fabricación intensiva en energía, dominada por el cemento y el acero, debería ser reemplazada por materiales alternativos. El estudio de BIOS recomienda una vuelta al uso de edificios construidos con maderas de larga durabilidad, lo cual puede ayudar a almacenar carbono, aunque otras opciones como el biochar [N. del T.: carbón vegetal utilizado para incorporar al suelo], podrían también ser efectivas.
La probabilidad de que ahora mismo los gobiernos se lancen a realizar los cambios requeridos parece bastante escasa. Pero este nuevo estudio afirma que, de todos modos, el cambio está llegando.
Que el nuevo sistema aún implique alguna forma de capitalismo o no, es, en el fondo, una mera cuestión semántica. Depende de cómo definamos capitalismo.
“El capitalismo, en esa situación, no será como el que tenemos ahora”, según Järvensivu. “La actividad económica se dirigirá a lo que tenga sentido —mantener oportunidades iguales para una buena vida al tiempo que se reducen drásticamente las emisiones— más que al beneficio, y ese sentido se construirá política, colectivamente. Bueno, creo que es el mejor escenario que podemos concebir en términos de unas instituciones estatales y de mercado modernas. Pero no podrá tener lugar sin una considerable reestructuración del pensamiento político-económico.”
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