Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformac ión.- La victoria de Nicolás Maduro en las elecciones que tuvieron lugar en Venezuela el domingo 14 de abril, nos dice lo que todos sabemos: la sociedad venezolana está partida en dos mitades.
Maduro obtuvo un 50.7% y Carriles un 49.1%. Sin dudas un margen estrecho pero que denota esa división social que caracteriza a nuestras sociedades de hoy, especialmente aquellas donde la pobreza relativa es elevada y donde la esperanza de los pobres y para otros que parecen estar muy bien, es más relativa.
El resultado no es nuevo.
En un proceso de cambio comenzado hace más de una década, donde la inclusión de protagonistas sociales, preteridos por las antiguas políticas, ha caracterizado el proceso, era de esperar que el resultado mostrase esa división.
Los preteridos, muchos de ellos mayoritariamente ajenos a los procesos electorales que nunca les proporcionan mayores esperanzas, han votado a favor del cambio social iniciado por Chávez y otros, exactamente el 22%, pesimistas quizás por su conmoción ante la muerte de Hugo Chávez, líder histórico del proceso o desencantados por el contraste carismático de Maduro con el fundador del movimiento, no acudieron a votar.
No es solamente una división entre ricos y pobres, entre quienes más tienen y los más necesitados. Aunque este es uno de los aspectos que está en el fondo del asunto, el 38.30% de la población que votó por Capriles, no es acomodada y no pertenece al porcentaje del uno o dos por ciento que se lleva el botín de la riqueza a casa.
La mayoría de las personas que votaron por Capriles son alienados de un sistema que ofrece a todos el Poder absoluto de la riqueza y viven la plenitud de sus vidas en busca de ese tesoro prometido, descuidando aspectos que son los que en realidad hacen posible la felicidad del individuo. En verdad son personas que posponen la verdadera felicidad que la vida ofrece en todos sus rincones, para alcanzar una ilusión que la realidad del mundo no permite que todos alcancemos.
Por eso, visto fríamente la división social que estas elecciones nos muestran, no es un absoluto numérico.
Si las acciones del gobierno abandonan el discurso clasista que hasta hoy han sostenido y que Maduro arreció tras la muerte de Chávez, y las acciones sociales del gobierno se acompañan de un plan económico acorde con las realidades de la economía que rige hoy día, ese porcentaje quedará reducido. Así ha sido demostrado con los otros liderazgos de la región. El mejor ejemplo de esto es Rafael Correa en Ecuador.
Maduro ganó por Chávez, pero para sostener su liderazgo tiene que convertirse en él mismo y dirigir y participar en el diseño de las políticas sociales proclamadas por su movimiento, con la ponderación de los nuevos tiempos, donde la revolución nace de la realidad y se realiza dentro de la propia evolución, dirigida por una política social, firme, de mayoritaria participación ciudadana, asumida por nuevas fuerzas de pensamiento desde el Estado.
La estrechez del margen de voto y la abstención de un 22% es una enseñanza clara de que el liderazgo de Chávez no está presente y que toda imitación es irrelevante y contraproducente.
Nicolás Maduro quizás haya sido el factor humano más importante para mantener provisionalmente la cohesión del movimiento de cambios sociales liderado por Chávez, pero no puede gobernar como Chávez, ni sostener esa cohesión como el líder histórico. Mucho menos podrá asumir un rol regional como el que pretendió asumir Chávez, quien solamente lo logró a medias.
Para mantener la paz social relativa que se requiere para gobernar, el trabajo interno dentro de Venezuela será de importancia capital y habrá de hacerse sin despilfarrar los recursos que dispone el país, sino combinando las necesidad de políticas sociales confeccionadas con ponderación y la eficiencia que nos demanda la administración económica actual.
Pero lo más importante para ejercer su gobierno y reducir los márgenes de aceptación, especialmente de quienes votaron sin saber que nada ganarían haciéndolo en contra de Maduro, es convertirse en sí mismo y colegiar el mando convenientemente.
Creo que en este aspecto radica la estrechez del voto que le dio la victoria a Maduro.
Personalmente confío en que Maduro pueda ser asesorado y sepa escuchar.
Siendo la cuestión cubana tan importante dentro del movimiento social venezolano, podría poner un ejemplo a seguir.
Cuando Raúl Castro sumió la presidencia del Consejo de Estado en Cuba, su primera aclaración fue decir que él no era Fidel Castro, ni gobernaría como Fidel Castro, ni pretendería hablar como Fidel Castro.
Aunque no comparto los criterio que identifican al gobierno venezolano con Cuba, pretendiendo hacerlo parecer como un gobierno dependiente del liderazgo cubano, recomendaría también a Maduro que siga el consejo que el Presidente Raúl Castro ha dado a los ministros del gobierno y demás dirigentes del país: Hay que gobernar con el oído pegado al piso.
Solamente escuchando el clamor popular, el sentir de la gente y apartándose de imitar al líder histórico, Maduro podrá triunfar plenamente.
Creo que la victoria de ayer no fue un triunfo, sino una señal, un maleficio, que pude ser conjurado si la razón y la realidad triunfan sobre las emociones.
Esto es, en resumen, cómo lo pienso yo cómo lo veo.
Lo escribo para deleite de quienes entienden, para los que no quieren entender y para aquello que nunca entenderán.
*Lorenzo Gonzalo periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.
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