Pandemia y Geopolítica
Luis Britto García
Nueve meses han pasado desde que el contagio del
coronavirus fuera declarado pandemia. Sus efectos
no se limitan al campo médico.
Mil millones de personas están confinadas en cuarentena
para evitar contraerlo. Daniel Beasley, director del Programa
de Alimentos de la ONU, señala que el mundo padece una
hambruna que afectaba 135 millones de personas al comienzo
del contagio y 270 millones en el presente.
El mundo se encuentra en recesión global, lo cual lleva
a la Organización Mundial del Comercio (0MC) a predecir
para fin de 2020 un descenso del Producto Interno Bruto
Mundial de -4,8%, que implica magnitudes negativas para
casi todas las economías. El volumen total del tráfico de
bienes habrá disminuido para entonces un 9,2 %, siguiendo
la consistente tendencia a la baja manifestada desde 2009.
Por la dinámica capitalista, la crisis golpea desproporcionadamente
a diversas regiones del planeta: la OMC anticipa que Norteamérica
descenderá de un PIB de 2.1 en 2019 a -4.4 en 2020,
América Central y del Sur, de -0,2 en 2019 a -7,5 en 2020;
Europa de 1.5 a -7.3; Asia de 3.9 a -2.4; para Otras Regiones,
de 1,4 a -5,5. Con la alusión genérica a “Norteamérica”,
la OMC disimula el severo declive de Estados Unidos,
principal economía de la región.
La baja menos acentuada se prevé para “Asia”, motorizada
por China. La caída más profunda, para “América Central
y del Sur”: casi pareja con la de Europa.
La crisis retrae inversiones y desplaza el empleo hacia
profesiones altamente especializadas y calificadas.
Para América Latina es ilusorio esperar que solucionará
sus problemas una masiva inversión del capital trasnacional,
el cual históricamente se ha centrado en predar recursos
naturales o adquirir a precios regalados empresas o servicios
con clientelas cautivas para rematarlas o elevar las tarifas
desproporcionadamente.
Según la OMC, para “Asia” se prevé asimismo una declinación
de 4,5% para las exportaciones y 4,4% para las importaciones,
sin embargo menor que el descenso de ellas en otras regiones.
Al presentar estadísticas por regiones, dicha organización
Mundial disimula el poderío de la economía china, la más
importante de la región asiática y del mundo.
Los países más exitosos en controlar la pandemia han sido
también los que mejor se han manejado frente a la crisis
económica. Quienes han dispuesto que la una y la otra se
resuelvan mediante mecanismos de libre mercado, han
terminado empantanados en la depresión económica y
el contagio.
Estados Unidos, en particular, experimenta en los últimos
tiempos una pérdida de hegemonía indetenible: ya no es
la primera potencia económica del mundo, su deuda pública
supera el 100% de su PIB, han desaparecido cuatro millones
de empleos; a mediados de año su tasa de desempleo se sitúa
en 13,3%; para compensar el déficit en la balanza comercial
recurre a conflictivas medidas proteccionistas; su poderío militar
ha sido superado por Rusia y China; tiene el mayor número
de contagiados y muertos por el coronavirus. Gran parte de
los países europeos confrontan situaciones similares de
agravamiento de crisis económicas y morbilidad.
De acuerdo con la profecía de Marx, tpda crisis impulsa
la concentración del capital en un número cada vez menor
de manos. Revela el Informe Oxfam que en enero de 2020
el 1% de la población mundial acumula el doble de riquezas
que 6.900 millones de personas: al multiplicar dificultades
económicas para empresas de talla pequeña o mediana,
la pandemia y la crisis facilitan que sean devoradas por las
grandes con mayor celeridad.
No sólo cambia la concentración del capital, también
su naturaleza: a principios de siglo, las cinco empresas
incluidas en el Fortune 500 como las más grandes del
mundo operaban en el sector secundario de la economía,
de industria y transporte: General Motors Corporation,
Wal-Mart Stores, Inc., Exxon Mobil Corporation,
Ford Motor Company, General Electric Company.
Hoy ocupan su lugar trasnacionales del sector terciario,
de la comunicación y los servicios: Facebook, Amazon,
Apple, Microsoft y Google poseen cerca de la cuarta parte
del capital del medio millar de empresas más poderosas del planeta.
Durante el pasado siglo las crisis económicas desembocaron
en guerras, y éstas en la instauración de socialismos o de fascismos.
La Primera Guerra Mundial facilitó el triunfo del comunismo
en Rusia; la crisis subsiguiente abrió el camino al fascismo italiano,
al nazismo alemán y al falangismo español, y finalmente propició
otra conflagracióm planetaria, que las potencias necesitaban para
emplear sus capitales vacantes en la producción armamentista y
sus desempleados y marginales como soldados.
La Segunda Guerra Mundial abrió las puertas para el acceso al
poder del Partido Comunista Chino y el inicio de vastos procesos
de descolonización; al tiempo que encumbraba a Estados Unidos
como potencia hegemónica y favorecía el auge de autoritarismos
de derecha en el resto del mundo. También propició el arranque
de una interminable crisis, y como intento de salir de ella, un no
menos interminable ciclo de guerras menores indispensables
para reanimar la inversión capitalista en armamentos,
el empleo de las marginalidades como soldados o mercenarios,
y el resurgimiento de fascismos.
El fascismo consiste, según la clásica definición de
von Neumann, en la complicidad absoluta entre el poder
del Estado y el gran capital: el racismo, la xenofobia,
el autoritarismo y la prédica de la agresión imperial
son complementos invariables de tal fórmula. En numerosos
países movimientos fascistas explotan el desamparo
creciente de masas desempleadas y pauperizadas,
desviando su agresividad hacia minorías étnicas
o divergencias culturales internas o externas.
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