Las ‘revoluciones’ de octubre que hacen temblar América Latina
Por María Luisa Ramos Urzagaste |SPUTNIK
América Latina ha emergido en una ola de protestas sin precedentes. En octubre el descontento social colmó de tensión, enfrentamiento y represión las calles y ciudades. El común denominador son el hastío y el enojo, pero por su contenido es heterogéneo.
Las masivas movilizaciones surgieron como rechazo a la precarización de su nivel de vida, o a la necesidad de una mayor participación social en las decisiones políticas, pero no son necesariamente el preludio de una ‘revolución social’ que pretenda revertir las actuales estructuras socioeconómicas que subyacen en la región.
Ecuador, entre la espada y la pared
La contundente movilización social en Ecuador hizo retroceder, por ahora, el paquete de medidas económicas del Gobierno de Lenín Moreno. La presión social tuvo una cara visible, el liderazgo indígena a la cabeza de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, Conaie.
Si bien se trató de una poderosa movilización, circunstancia que hizo que el presidente de Ecuador trasladara la sede de Gobierno a Guayaquil y decretara toque de queda en zonas estratégicas, esta protesta a todas luces no fue un movimiento insurreccional, como algunos quisieron hacerle ver.
No lo fue, pues los canales de diálogo entre la dirigencia indígena de la Conaie con Lenín Moreno no se rompieron, al contrario, se usó la movilización en las calles para obligar al Gobierno a negociar. El incremento en el precio de los carburantes fue suspendido y se logró desmovilizar a Ecuador.
El paquete de medidas económicas elaborado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) está aún pendiente de ser aplicado. Por su lado, la dirigencia indígena ve viable trabajar con el Gobierno de Moreno y por ello ha instalado un “parlamento popular” que se encargará de elaborar un programa económico.
Esta desmovilización ha permitido al Gobierno arreciar la persecución y represión a los seguidores del expresidente Correa y seguirá intentando aplicar las recetas del FMI, mientras que la Conaie ha retomado fuerza y anunció que creará un partido político.
Chile, sacudida por convulsiones
En el caso de Chile, el presidente Piñera ha descrito con claridad meridiana la situación actual al decir que “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”, sin atreverse a dar el nombre de su enemigo, el pueblo chileno.
El país que deslumbró por su “estabilidad y éxito económico” durante varios años, le estalló en la cara a Piñera.
La gente se cansó de la vida alquilada, endeudada y ha detonado en una gran protesta.
Los distintos estratos sociales que sostenían y nutrían ese estado de aparente éxito se han rebelado contra el sistema. Millones de jóvenes y adultos se niegan hoy a seguir siendo los acreedores de la élite chilena y de las transnacionales.
El aumento del pasaje fue apenas la gota que derramó el vaso. El sistema neoliberal, impuesto desde la época de la dictadura de Pinochet, lo privatizó todo, el agua, la salud, la educación, el transporte, las pensiones, la luz, la vivienda, etc.
El modelo pinochetista neoliberal fue diseñado para promover un consumismo brutal, que es el combustible que mueve esa economía. Un país donde los créditos son accesibles, pero salir de ellos es casi imposible.
La gente durante varias décadas intentó sostener y mejorar su nivel de vida endeudándose y viviendo un ficticio status social.
Tal es así que la proporción de hogares que mantiene algún tipo de deuda ronda el 70%, que se habría duplicado desde 2003 y ahora se registran unos 4,5 millones de deudores morosos.
La insurrección popular, con dirigencia heterogénea, incorpora vastos sectores sociales y el mundo no había visto a los chilenos tan unidos e indignados.
Una nueva generación que se resiste a caer en la dependencia de consumir ansiolíticos para lograr conciliar el sueño y evitar pensar en las deudas y el miedo al desempleo. Una pancarta en una marcha ilustró claramente lo que pasa: “no es una crisis es una estafa”.
El clan pinochetista que gobierna Chile se ve sorprendido por las protestas en las calles, pues confiaba en que la adormecida sociedad chilena no reaccionaría ante la asfixia económica.
Por toda respuesta Piñera decretó el Estado de emergencia y el toque queda y militarizó el país.
A la cabeza de la represión estuvo el ahora exministro del Interior y Seguridad Pública Andrés Chadwick, a quien el presidente Piñera calificó en más de una ocasión como un “muy buen ministro“.
El pinochetista Chadwick fue clave en la represión pues tiene buena ‘escuela’, la que dio el propio dictador Pinochet hace años, quien confió tanto en Chadwick que lo llegó a designar presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica.
Las denuncias sobre muertes, tortura, heridos crece a diario. El Colegio Médico de Chile ha denunciado que más de un centenar de personas han sufrido graves lesiones en los ojos que implicaron pérdida de la visión, 29 con estallido ocular.
Algunos le llaman revolución social, insurrección popular, otros, revuelta, pero con seguridad es una explosión de hastío por las injusticias acumuladas, en una república privatizada hasta la médula.
El modelo aplicado en Chile es tan nefasto, que mantuvo durante años a grandes masas de población trabajando para pagar deudas inmobiliarias y de consumo, de educación, entre otras, que a muchos les había quitado la habilidad de protestar. Pero eso se acabó.
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