La cuestión de la democracia a la luz de las nuevas culturas políticas
Rafael Pompilio Santeliz*
Una democracia, en su amplio espectro, no debe ser sólo una constante contienda electoral, debe incluir muchos aspectos de la vida democrática del país. Existen otras democracias no representativas que tienen función de potestad y de gobierno en las comunidades. Subsiste una democracia comunitaria en algunos sindicatos, organizaciones estudiantiles y comunidades rurales y urbanismos organizados que hay que profundizar. El concepto de democracia es muy amplio y hay que abrirlo, en ello estriba parte de la esencia de ser democrático, en reconocer otras formas de democracia: democracia directa, asambleas, democracia social, democracia de participación, democracia de calle. Se trata de combinar la democracia representativa con otras formas participativas en el marco de un enfoque intercultural y social.
La idea política parte de antecedentes, se inspira en la historia que se ha hecho de ella y por lo que el individuo es en sí ante la comunidad. La palabra puede ser buena pero si está dicha por una persona sin peso moral ante la comunidad ya esta palidece. Se busca crear una imbricación entre lo moral y lo político, teniendo bien claro las ventajas y los límites del ejercicio democrático.
Democracia no es sinónimo de justicia, y en lo fundamental la justicia es lo que más se necesita. Lo que se vislumbra sigue siendo más inocuo: los pactos por arriba, los mismos comportamientos, la falta de visión transformadora, el entendimiento de hacer funcionar bien la misma maquinaria, el formalismo de votar sin mayores discusiones ni propuestas alternativas que se confronten, un poder popular todavía embrionario y sin mayor peso, una lucha descarnada por el poder llena de triquiñuelas y corrupción desde todos los bandos. Cuando se sabe que en unos y otros bandos hay tendencias mesiánicas, protagónicas, autoritarias y egos desbordados, evidentemente se piensa que la gran bandera de la democracia ya no será la varita mágica que materializará todas las utopías que seamos capaces de soñar. Aunque, claro, de todas maneras sigue pareciendo una experiencia que debemos vivir, si en verdad existe un proyecto más allá de ella.
Bajo este contexto la sociedad debe desempeñar el papel preponderante, no los partidos políticos o el gobierno. La clase política debe dejar de ser el actor principal. Democracia significa que el pueblo tenga el derecho a destituir en cualquier momento a quien no sirva; quienes detentan el poder pueden estar sujetos a la valoración, examen y sanción por parte de la sociedad a que pertenecen.
La democracia es un modo de vida donde los seres sociales –en las relaciones cotidianas- viven, crean y recrean valores que contribuyen a la realización de las posibilidades inmanentes a la humanidad. Una sustanciación de la democracia comienza con poner en el centro al ser humano en su permanente búsqueda hacia la objetivización (de su actividad de trabajo como productividad humana), hacia la socialidad, la universalidad, la autoconciencia y la libertad. Este planteamiento es parte de una línea teórica que concibe la democracia como una praxis activa de las clases subalternas.
El sujeto democrático se constituye –el poder popular se construye- como un proceso articulador de la democratización, entendida como la extensión de los derechos humanos universales a los excluidos, con la democratización entendida como una apropiación de una intencionalidad democrática. En este proceso “las masas” se transforman en las “bases” del nuevo sujeto al ejercer nuevos derechos, mientras que los dirigentes se modifican como producto del proceso interpelativo con sus bases, asumiéndose como legítimos representantes sólo en la medida en que se respetan los acuerdos realizados con sus bases. Este proceso endógeno de democracia del sujeto es el terreno donde se conforman sus esferas autonómicas; es donde se generan nuevos consensos básicos intersubjetivos, que son acuerdos culturales profundos planteados en términos de la realización humana (inseparable del bienestar comunitario en un momento histórico determinado)
Al tocar las relaciones dirigentes-dirigidos en la sociedad toca las modalidades concretas del ejercicio del poder (y de sus “garantías”); toca igualmente el “bloque histórico” pluralista capaz de inducir un proceso orientado en el sentido de la desalienación global de la sociedad confrontando con la “democracia liberal”. Todo ello implica como mínimo el desbordamiento como principio central. Una sociedad injusta es un anti modelo que debe ser rebasado resolviendo contradicciones.
Cualquier sistema político debe tener soporte social, debe confrontarse con la sociedad, con una concepción abierta a las críticas. Las críticas no necesariamente son en tu contra, no necesariamente son tu enemigo. El modelo de marxismo ortodoxo así las veía: “si me criticas es que no eres revolucionario, eres reaccionario, o eres un ignorante que no entiende el papel de vanguardia”.
La sola lucha por la dignidad –que engloba aquellos conceptos de respeto, espacios de participación, reconocimiento, libertad de expresión, autodeterminación de los pueblos para elegir su propio destino, trabajo, seguridad, acceso a la cultura y a la educación, etcétera –es en sí revolucionaria- y aunque se tenga razón al calificar de reformista a cualquier movimiento que busque transformaciones dentro del mismo sistema, también hace revolución quien lucha por la dignidad, puesto que en el sistema capitalista ésta es inviable, y eso quiere decir que conseguirla significa transformar profundamente las relaciones sociales y las estructuras de poder del Estado. No plantearse en estos momentos una transformación socialista de la propiedad de los medios de producción, no significa que un movimiento no sea revolucionario. Más que una tendencia reformista podría ser un proceso revolucionario que intenta abrir espacios que permitan, más pronto que tarde, una revolución en conciencia, en la cual participen abiertamente las masas populares.
Sin la aclaración sobre la necesidad de crear experiencias constitutivas de poder popular, sin nuevas adhesiones individuales o grupales a sujetos democráticos que implican rupturas con las prácticas sociales dominantes y la recreación de viejos y nuevos valores en los sitios atravesados por la vida cotidiana, difícilmente se podrían hacer viable la siguiente concepción de la “transición a la democracia” expresada por el Subcomandante Insurgente Marcos:
“El cambio revolucionario no será producto de la acción en un sólo sentido. No será en sentido estricto, una revolución armada o una revolución pacífica. Será, primordialmente, una revolución que resulte de la lucha de variados frentes sociales, con muchos métodos, bajo diferentes formas sociales, con grados diversos de compromiso y participación”.
“Y su resultado será, no de un partido, organización o alianza u organizaciones triunfantes con una propuesta social específica, sino una suerte de espacio democrático de resolución de la confrontación entre diversas propuestas políticas. Este espacio democrático de resolución tendrá tres premisas fundamentales que son inseparables, ya, históricamente: la democracia para decidir la propuesta social dominante, la libertad para suscribir una y otra propuesta y la justicia a la que todas las propuestas deberán ceñirse”.
“El cambio revolucionario no seguirá un calendario estricto, podrá ser un huracán que estalla después de tiempo de acumulación, o una serie de batallas sociales que, paulatinamente, vayan derrotando las fuerzas que se le contraponen”.
“El cambio revolucionario no será bajo una dirección única con una sola agrupación homogénea y un caudillo que la guíe, sino una pluralidad con dominantes que cambian pero giran sobre un punto común: tríptico de democracia, libertad y justicia sobre el que será el nuevo país o no será. La paz social sólo será si es justa y digna para todos” (EZLN, Documentos, 1994, edic. Era, p. 97)
Mirando hacia atrás para caminar hacia delante, dicen los zapatistas. Esto también tiene que ver con la relación: revolución- cultura y con las mil flores que pretendieron abrir en China, pero también con la democratización de los medios. Agnes Heller opina que “La idea de la comunicación libre de dominación, vinculada con el interés emancipatorio de todos, puede ser caracterizada más propiamente como democracia radical”. Ya en Venezuela se abordan caminos para estos “empoderamientos” donde lo comunitario domine sobre el amarillismo, la contra información y el abuso del mercado unilineal de la información. Sería una de las formas de enfrentar esta guerra donde el campo de batalla es nuestra mente enloqueciendo a lo que podría ser el sujeto democrático emergente. Sin razón, no hay síntesis que valga.
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