Mexicanos presos injustamente en EU narran sus tragedias
Aquí, la Dirección de Protección a Mexicanos en el Exterior carece de una estadística de liberados por falta de pruebas ◗ El mexicano Mario Flores cuenta a Crónica su desgracia: tenía 19 años de edad, era candidato a participar como clavadista en Juegos Olímpicos, cuando, por una falsa acusación de un homicidio en Chicago, terminó 20 años en prisión... “Lo más difícil es salir”, dice ◗ “La vida también me ha negado estar cerca de mi familia de origen. No puedo pisar Estados Unidos, ni siquiera hacer escala”
http://www.cronica.com.mx/notas/2017/1016688.html
Tomado de: Daniel Blancas / Crónica
Dia de publicación: 2017-03-29
[ Primera de tres partes ]
El mexicano Mario Flores pasó 20 años encerrado en el Centro Correccional de Pontiac, Illinois, por una acusación falsa de homicidio. Había sido condenado a muerte, pero fue liberado cuando se descubrió la fabricación de testimonios en su contra.
—Disculpe, nos equivocamos — le dijeron las autoridades norteamericanas.
Tenía 19 años cuando lo detuvieron en la ciudad de Chicago. Era campeón a nivel preparatoria en la disciplina de clavados y se alistaba para representar a México en Juegos Olímpicos. Diez de las más prestigiadas universidades de la Unión Americana le habían ofrecido una beca.
“Lo más difícil de ser inocente y estar 20 años en la cárcel, es salir”, dice en entrevista con Crónica.
Sesenta y seis mil mexicanos se encuentran recluidos hoy en cárceles estatales y federales de Estados Unidos.
De acuerdo con la Agencia Federal de Prisiones de aquel país, dependiente del Departamento de Justicia, 27 mil están en prisiones federales, con datos a febrero de este año. La cifra representa el 14.5 por ciento del total de presos (188 mil 734).
Otros 39 mil están en prisiones estatales, según compartió a este diario la Dirección de Protección a Mexicanos en el Exterior de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
“En este contexto de acoso, es válido preguntar: ¿dónde están?, ¿quién los asistió?, ¿de qué fueron acusados?, ¿hubo procesos justos?, ¿hay mexicanos inocentes en cárceles norteamericanas?”, cuestiona la doctora Eunice Rendón, quien hasta finales del año pasado fue titular del Instituto de los Mexicanos en el Exterior y hoy coordina los foros Agenda Migrante.
“Claro que hay mexicanos procesados y condenados en Estados Unidos por delitos que no cometieron. No sabemos cuántos son, pero conocemos sus casos”, dice Dalia Gabriela García, coordinadora del Programa Somos Mexicanos del Instituto Nacional de Migración.
La Dirección de Protección a Mexicanos en el Exterior, en teoría la institución encargada de dar seguimiento a los expedientes, carece de un registro de connacionales liberados de prisiones estadunidenses por falta de pruebas, después de años en reclusión.
“No contamos con estadísticas. Son las cortes las que definen si el mexicano es culpable o inocente”, refiere el ministro Jacob Prado, quien encabeza esta área.
“La responsabilidad de los consulados en asuntos penales sólo es verificar que se cumpla el debido proceso, no se discrimine al connacional por su nacionalidad y se respeten sus derechos”.
DOS HOMBRES. Pero antes y ahora, se entrecruzan las historias, cada cual con su dolor e intensidad. Dos hombres, dos Flores, víctimas de la misma injusticia.
CARLOS. El 21 de octubre de 2015, Carlos Flores, un mexicano de 50 años con residencia permanente, al fin quedó libre… Seis años antes había sido detenido por un policía de San Antonio, Texas, bajo sospecha de conducir ebrio.
“Me dio una patada en la cara cuando intentaba meterlo en la patrulla”, denunció además el agente ante la Fiscalía.
El mexicano, quien no tenía antecedentes penales, fue acusado de agresión contra un funcionario público. Sin embargo, presentó una queja ante el departamento de policía: “Después de detenerme me esposó y me subió a la parte trasera del coche. Ahí, el agente me dijo con agresividad: quiero patearte el trasero. Entonces abrió la puerta, me tiró al suelo y comenzó a golpearme. Alcancé a soltar una patada, pero fue en defensa propia”; es su relato.
Nadie le creyó…
Fue hasta finales de 2015 cuando el Tribunal de Apelaciones Criminales de Texas develó anomalías: el uniformado, de apellido Belver, había sido suspendido 30 días por el Departamento de Policía, pues una investigación interna comprobó falsedades en su reporte sobre el arresto de Carlos. A la par, el FBI le abrió una investigación por golpear a las personas durante diversas detenciones.
Carlos fue programado para libertad condicional, pero sería deportado a México, por lo cual promovió ante el tribunal estatal un recurso para desestimar todos los cargos, sobre la base de la inocencia real. Lo logró hasta finales de 2015.
MARIO. —¿Por qué dices que después de 20 años de prisión injusta lo más difícil es salir? —se pregunta a Mario Flores, liberado hace 12 años.
—Salí a los 39, completamente disfuncional. Me deportan a México, un país desconocido. Traía daños emocionales, porque no puedes tener sentimientos cuando estás condenado a muerte. Fueron 20 años difíciles, pero luego comenzaron los más cabrones, porque no encajas. Pensaba que era un veinteañero, pero en el espejo me veía viejo. Quienes me conocen dicen ahora que ven en mí a un niño atrapado en el cuerpo de un señor.
—¿Has podido formar una familia?
—No, las mujeres me dicen que soy muy frío, solitario. En el encierro eran tres comidas al día, esperando la muerte pero con tiempo para leer, pintar, reflexionar, acercarme a Dios en su más pura forma. En esos años forjé a un Mario filosófico y espiritual, que luego fue lanzado a la selva.
—¿Qué decir de los mexicanos encarcelados en Estados Unidos?
—Hay culpables, pero también hay dos tipos de inocentes: uno, cuando los hechos no comprueban la culpabilidad; otro, cuando el sistema impone una sentencia severa, inmerecida, porque la policía falsifica evidencias y compra informadores falsos, pues viven bajo la presión de resolver casos y atraer presupuesto.
—¿Por qué el mexicano es vulnerable?
—Porque en Estados Unidos son expertos en generalizar, de ahí sale el racismo; se concluye que el mexicano anda de día cortando pasto y de noche anda chupando en la calle, orinando las banquetas, escuchando narcocorridos y cometiendo delitos. Hay prejuicios contra nosotros, en especial contra los indocumentados, que viven con una equis en la espalda. Por eso surgen comentarios como los de Donald Trump: nos están mandando puro violador, puro narco.
EL PABELLÓN. Mario nació en la Ciudad de México en 1965. Su padre se fue de mojado y cuando él tenía siete años la familia se trasladó a Chicago. La pareja procreó allá una niña, lo cual permitió a todos obtener la residencia permanente. El papá, quien jugó en las reservas del Necaxa, lo inclinó al futbol, pero Mario prefirió combinar los clavados con el estudio.
Hasta aquel ocaso de 1984, cuando el detective Reynaldo Guevara, jefe de la unidad especializada en pandillas de Chicago —considerada ese año la ciudad más violenta de la Unión Americana—, lo acusó de matar a un líder pandillero.
No había pistola, balas, huellas ni gotas de sangre, sólo el testimonio de un par de jóvenes: dos amigos de infancia, con quienes Mario había crecido en el barrio. Esas voces fueron suficientes para un jurado conformado por 12 anglosajones.
¡Pena de muerte!... Saberse inocente lo movió a estudiar derecho en la cárcel, así ayudó a comprobar la inocencia de 13 compañeros también condenados a morir. “Hay más inocentes en el pabellón de la muerte”, dijeron al gobernador de Illinois al salir libres y el político aceptó conformar un grupo de expertos para revisar todos los casos, incluido el de Mario.
“Detectaron que no tenía antecedentes penales, que tenía un comportamiento intachable en prisión, que no tenía tatuajes ni cicatrices, había buenas referencias de los custodios y mis papás me visitaban cada fin de semana. No encajaba mi perfil con el de la acusación”, narra el mexicano.
Solicitaron el expediente de los dos testigos y descubrieron un historial de homicidios, atentados y posesión de droga, delitos encubiertos por el detective Guevara, quien hoy es enjuiciado por inventar pruebas en contra de muchachos hispanos, en especial mexicanos, por homicidios no resueltos.
Mario fue el liberado 14, pero a diferencia de los otros, se le negó el indulto y la indemnización millonaria.
“El comité le dice al gobernador: a Mario no lo puedes indultar, si lo haces, la indemnización sería astronómica, porque él tenía propuestas de beca en las mejores universidades, una carrera olímpica y le truncaste los mejores años de productividad. El estado no tenía tanto dinero después de los atentados del 11 de septiembre. Me ofrecieron salir, pero sin la carta de inocencia. Era cruel, pero acepté por mis padres, que mucho habían sufrido ya”.
Cuando salió, lo esperaban las autoridades de migración para deportarlo a México.
Sus padres habían vendido su única propiedad en Chicago para comprar una casa en Pachuca y recibirlo.
Siguió para él una batalla entre esperanzas y desventuras.
Tras las rejas, también había descubierto la pintura. Una asociación de pintores plásticos de Málaga compró varios de sus cuadros para promocionarlos en España. Ya instalado en México, recibió una invitación para visitar aquel país y allá el alcalde de Málaga le ofreció trabajo.
Veía al fin una luz, pero el destino le tenía deparada otra sorpresa: sus padres se accidentaron en la autopista a Pachuca y él debió perder su futuro en Europa para regresar a nuestro país y cuidarlos durante cuatro meses de convalecencia.
“Lo vi como justicia poética: regresarles un poquito de lo mucho que me habían dado”.
Mario debió soportar otro golpe: los beneficios de jubilación y seguro médico de sus padres no aplicaban en territorio mexicano. Debieron regresar a Estados Unidos y él se quedó solo de nuevo. “La vida también me ha negado estar cerca de mi familia de origen. No puedo pisar Estados Unidos, ni siquiera hacer escala”.
—¿Hay algo por hacer a favor de los mexicanos encarcelados allá con evidencias manipuladas? —se le consulta.
—Cada estado tiene organizaciones civiles y cada facultad de derecho tiene programas para ayudar a gente inocente, hay que tocar esas puertas, mandar cartas y acercarse a la red consular mexicana. No importa que seas culpable del delito, puedes luchar contra una sentencia impuesta de manera racista, clasista.
Hoy Mario, a los 51 años, se califica como todólogo: emprende negocios, diseña estrategias para defender a migrantes y se contrata como traductor de documentos al inglés o al español.
—Y todavía sueño –dice.
—¿Qué?
—Conocer a una buena mujer, enamorarme y casarme, tener hijos; por lo menos un bebé en los brazos…
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