El elefante bocarriba
Arturo Sosa, huele a azufre
Por Federico Ruiz Tirado
“Que dirá el Santo Padre que vive en Roma”
Según recuerdo Arturo Sosa s.j. era un
presidenciable en los años ochenta. Por aquel entonces la agenda social, se
ataviaba con hábitos oligarcas. Sosa, es hijo de la alcurnia más encumbrada de
la Urbanización Los Chorros, de Caracas, era del agrado de ciertos sectores a
los que les hacía asco la guanábana adeco-copeyana. Luego con el tiempo su
figura fue ensombrecida por la megalomanía de Luis Ugalde s.j., quien terminó
entregándose a las relaciones carnales con el Opus Dei, específicamente encunadas
en las familias -también habitantes de la Urbanización Los Chorros- que giran
en torno a las bóvedas del Banco
Mercantil. En ese mismo subidón de testosterona Luis Ugalde s.j. terminó
levantándole la mano a los infames Ortega y Carmona, duo dinámico del golpismo
del Siglo XXI. Del golpismo del 2002 contrael pueblo, Chávez y la Constitución.
Otro cura más que no fue a la Orchila a chantajear a Chávez con la firma de una
carta tan suicida como la posibilidad de lanzarlo al mar a merced de los
tiburones. Y no fue, no porque no quiso, sino porque la interesaba más la Santísima
Trinidad del momento: Carmona Estanga, Fedecámaras y la CTV y, no faltaba más,
el espíritu Santo encarnado en Orlando Urdaneta, Globovisión, Guaicaipuro
Lameda y su sueño con PDVSA, Tom y Jerry y la Mamá de María Corina.
Pero lo que si no sufrió ocultamientos
fueron las redes y conexiones de Arturo Sosa s.j. con el mundo de las finanzas
trasnacionales, y su ya encumbrada ascendencia dentro de la inteligencia de la
oligarquía caraqueña. Sosa siguió estrechamente relacionado con grupos de ex
ministros de Carlos Andrés Pérez, asesores del Banco Mundial y el FMI, y
finalmente grupo de presión mundial: capaces solo de financiar los alaridos de
María Corina Machado, poner o quitar presidentes en los Estados Unidos, o
incluso llevar de la mano la carrera de un jesuita caraqueño hasta la cima de
la Compañía de Jesús.
Arturo Sosa s.j. es un hombre del Imperio.
En ese sentido es nombrado como vocero del antichavismo ante Dios y el Mundo.
Un gambito muy similar al nombramiento de Juan Pablo II -judío polaco
anticomunista- para que desde el papado dinamitara el poder de la URSS. Ya
desde 2015, donde dictó una serie de conferencias a la dirigencia opositora
venezolana exiliada en Bogotá, Arturo Sosa s.j. tenía un plan contra el
gobierno de Nicolás Maduro. Una estrategia con dos blancos muy específicos: la
masa despolitizada de la juventud venezolana, y los hábitos de consumo y
necesidades básicas de los habitantes del país ¿No se les parece extrañamente a
la Guerra Económica?
Leamos a Arturo Sosa s.j. y pensemos en la
figura de Pacificador Imperial, ese que alaba el titular de El Nacional
como mensajero de la paz y el diálogo
con nuestro gobierno:
"Si
yo lo dijera, lo diría al revés, diría que es un sistema militar-cívico. Porque
el peso de lo militar es más importante; la influencia de lo militar en cuanto
a la lógica de cómo funciona el régimen, obviamente en una alianza con lo
civil, demuestra una profunda vinculación a lo que es lo militar y lo que ha
sido el militarismo en América Latina"
"De
ahí a la dictadura hay un paso, la tendencia es para allá, pero una monarquía no
siempre es dictatorial, este camino lleva más bien hacia la dictadura. Pero a
eso hay que añadirle otro elemento para poner la cosa más compleja."
"La
juventud venezolana hoy está más despolitizada que antes, tiene no solamente
poca tradición, poco conocimiento de la tradición sino poco interés en
conocerlo. Por supuesto, sensible a los problemas que tienen y sensible a la
alternativa del país que no ven. Se preguntan: cómo voy a tener yo casa, cómo
voy a tener familia, cómo voy a poder ejercer mi profesión"
No es la primera vez que el Vaticano es
brazo pacificador del Imperio. En 1546, en plena rebelión de los Pizarro, en el
Perú, Carlos V nombró al sacerdote Pedro de la Gasca como Gobernador Interino
del Virreinato del Perú. La Gasca era un hombre del Imperio. "Incapaz de
visitar sus dominios, el emperador había enviado su sombra" dice William
Ospina al describir el viaje del sacerdote a Las Indias. Para restablecer la
Paz y el sometimiento a la Corona, La Gasca usó un inusual método: la elocuencia.
Prometió diálogo, para enfrentar a las partes, y forjar una nueva correlación
política en el Perú. Tejiendo una fabulosa red de correspondencia entre
capitanes generales, virreyes y encomenderos logró poner aliados unos contra
otros, y sumar fuerzas para aplastar a Pizarro. Sin él empuñar una espada y
ganándose para la crónica el pantanoso título de Pacificador.
El saldo de aquella pacificación fue el
expolio de los recursos de Perú y Bolivia para engordar las arcas de Europa que
pensaba en su revolución mercantilista y pre-industrial, a cambio de someter a
la esclavitud y oscurantismo a un tercio del planeta tierra.
Y en esa dirección, dos caminos se unen:
el Imperio, y la Compañía de Jesús, en Venezuela. En 1662 llega Antonio
Monteverde, el primer jesuita, a Santo Tomé de Guayana, para fundar poco
después la Misión del Alto Orinoco. Desde ese entonces el sur de Venezuela y
sobre todo las extensiones del gran río serán territorio de despliegue de sus
misiones hasta el 1767, cuando Carlos III decide expulsarlos. Prueba del
desplazamiento jesuítico por la región no son solo los notables estudios de
Gumilla sobre el Orinoco sino incluso las inéditas exploraciones de Román por
el Casiquiare. Hoy día los pocos paseantes de ese río profundo se encuentran en
Caño Capibara con los restos de lo que fue la avanzada exploradora de estos
sacerdotes, y con un poco de atención notarán la estratégica ubicación de la
antigua misión.
Desde entonces el rol de los jesuitas fue
el de la educación: para formar líderes. Y por más que lo intentaron por más de
un siglo, nunca apareció el actor indicado para su destino manifiesto. Hasta
que llegó Arturo Sosa s.j., de entre las filas del mismísimo Colegio San
Ignacio de Loyola. Hijo de la oligarquía, amigo carnal del exilio financiero y
neoliberal venezolano, y ahora ungido por la Compañía de Jesús como
Pacificador.
¿Es que no les molesta la obviedad?
Esa sotana huele a azufre.
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