Néstor Francia/Análisis de Entorno:
De la economía agropecuaria a la economía de extracción
– El Gobierno cumple anuncio de Maduro
– GMVV: avances con problemas aparejados
– Huéspedes indeseables
– Casado busca casa
– Injusticias del capitalismo
– De la economía agropecuaria a la economía de extracción
– Industria petrolera y éxodo rural
– Macrocefalia norte-costera
– Cinturones de miseria y sueños muertos
– La marginalidad cultural
– Operativos sociales en la Cota 905 y en Fuerte Tiuna
– Las Bases de Misiones
– Cambiando los cauchos con el carro rodando
El Gobierno ha cumplido este fin de semana con el anuncio del presidente Maduro de dar continuidad a la “Operación para la Liberación del Pueblo y la Protección del Territorio”. Sin duda a esta operación podemos asimilar el reforzamiento del Plan Patria Segura que llevó adelante el Comando de la Zona 43 de la Guardia Nacional Bolivariana (CZ43GNB) del Distrito Capital, que desplegó para este fin de semana más de 1.500 efectivos militares distribuidos en varios puntos de la Gran Caracas. El jefe del Comando, G/B. Fabio Enrique Zavarse Pabón, declaró que la finalidad de este operativo especial es resguardar los complejos habitacionales de la Gran Misión Vivienda Venezuela ubicados en la región capital.
No hay ninguna duda de que la GMVV es uno de los programas sociales más importantes desarrollados por la Revolución Bolivariana. Sin embargo, sus avances han traído aparejados una serie de problemas. Con la mayoría de gente honesta y trabajadora que se movió a las nuevas viviendas dignas, se mudó también la consecuencia de años de exclusión, ignorancia, miseria, violencia doméstica y ciudadana, empeorada por la infiltración de indeseables vinculados a la conspiración en marcha. Se mudaron los hampones, los narcotraficantes, los paramilitares. Esto se refleja en la vida cotidiana tanto de quienes viven en los urbanismos como de quienes habitan el entorno de los mismos. Muchos de estos últimos han constatado un aumento en sus comunidades de algunos índices delictivos.
La vivienda es una de las necesidades fundamentales de la familia. Hay un conocido refrán que así lo refrenda: “casado busca casa”. De hecho, la etimología del verbo “casar” se origina en la palabra casa. Casar significa “poner a alguien en una casa”. Y casado quiere decir “puesto alguien en una casa”. Desde siempre el humano ha requerido techo para protegerse de la intemperie y, en épocas antiguas, para hacerlo también de los depredadores. La familia actual, reconocida como la célula básica de la sociedad, se conforma a partir de la ocupación de una casa en común. Así se constituye el hogar (que proviene de “fogar”, lugar del fuego, donde la familia se protege del frío, de donde también procede la palabra “fogón”, que es lugar donde se cocina) No hay, pues, familia sin vivienda, y la dignidad de la familia depende en mucho de la dignidad de su vivienda.
No hay ninguna duda de que el drama de la vivienda es una consecuencia de las injusticias del capitalismo. En Venezuela, el grave problema urbano de la vivienda se genera a partir del tránsito de la economía agropecuaria a la economía de extracción, y particularmente de la extracción del petróleo. Cuando se impone en nuestro país el dominio económico de la industria petrolera en el contexto del capitalismo, se da un fenómeno sociocultural de dimensiones históricas: el éxodo rural. Grandes masas de campesinos pobres, azotados por la explotación de los terratenientes, el hambre, las enfermedades, la conculcación de la esperanza, se movilizan hacia la zona norte-costera del país y abandonan el campo, creando una formidable deformación de los equilibrios económicos, territoriales y demográficos. Se produce la macrocefalia norte-costera. Los campesinos emigran hacia las regiones donde eclosiona el vertiginoso desarrollo de la economía petrolera: Zulia, Falcón, Monagas, Anzoátegui, Carabobo, y los estados aledaños (como Aragua y Lara), y por supuesto a la capital, centro de los poderes públicos, financieros y comerciales. Más del 80% de los venezolanos viven en la región norte-costera, que siempre fue la más habitada, pero nunca con tal desproporción.
A partir de la década de los 30 del siglo XX, se inicia tal éxodo rural. Los campesinos corren hacia el petróleo con la esperanza de una nueva vida próspera o al menos una mejoría sensible de sus condiciones. Pero terminan fundando los cinturones de miseria en suburbios y cerros de las ciudades ubicadas más al norte del país, donde encontraron la tumba de sus sueños, y se hacinaron en barriadas y viviendas precarias, incluso en zonas de alto riesgo, donde la mayoría acabó peor que en sus lugares de origen, en medio de más exclusión, incultura, miseria, y violencia institucional y social.
Se produce además el terrible fenómeno de la marginalidad cultural. Este término no es del agrado de todos, pero nosotros creemos que es bastante atinado, pues se da allí un desarrollo cultural cotidiano generalmente al margen de las características que tienen lugar en los centros propiamente metropolitanos. Hubo épocas en las que muchos de los habitantes de los cerros de Caracas, por ejemplo, pasaban meses sin “bajar a la ciudad” y hacían vida solamente en sus barrios. Esa cultura marginal tuvo al principio muchos rasgos de la cultura campesina, que se fue de a poco fundiendo con rasgos urbanos más adecuados al avance del capitalismo industrial, hasta terminar en una subcultura propia que ahora, con la mejoría de la calidad de vida de la mayoría de quienes fueron tradicionalmente excluidos de la riqueza petrolera, tiene problemas de adaptación en el proceso de ascenso social e incorporación a una realidad política y social que les era lejana. Eso no es ajeno a situaciones no poco comunes de individualismo, anarquía social, consumismo y otros males de la cultura capitalista traducida en la cultura de la marginalidad.
De allí la importancia que cobran operativos como el adelantado después de la OLP en la cota 905, encabezado por el alcalde Jorge Rodríguez, o como las actividades del Movimiento por la Paz y la Vida en Fuerte Tiuna, acciones que tienden a una activación de programas socioculturales en estos ámbitos, para intentar liberarlos no solo de los antisociales, sino también de los antivalores del capitalismo y avanzar hacia la creación de una nueva ciudadanía. Son por ello también una excelente iniciativa, que tiene ya adelantos importantes, las llamadas bases de misiones, que apuntan a la atención de los urbanismos en las áreas de salud, educación, cultura, entretenimiento y productividad comunitaria, sobre la base de la organización y el protagonismo de los ciudadanos. Nada es fácil, pero ahí vamos, cambiando los cauchos con el carro rodando.
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