EL MUNDO TIENE UN PROBLEMA ENORME CON LAS BOLSAS DE PLÁSTICO...
El mundo tiene un problema enorme con las bolsas. Hay bolsas de plástico -miles y miles de millones de bolsas- por todas partes y han invadido nuestras tierras, nuestras alcantarillas, nuestros ríos y nuestros mares. Cuando todos nosotros estemos muertos y hayamos desaparecido, allí seguirán todavía las bolsas, porque duran y duran, casi eternamente.
En las representaciones antiguas del apocalipsis, la cucaracha solía ser el símbolo último de la supervivencia. No deja de ser motivo de cierta satisfacción el hecho de que la inextinguible cucaracha esté a punto de ser desplazada por un símbolo nuevo y todavía más duradero. La historia de la Humanidad sobrevivirá a la próxima era glacial metida en una bolsa de plástico.
Con un poco de suerte, esa bolsa no será de Co-op. Ese es, al menos, el farol que se ha tirado esta cadena de supermercados, que el mes pasado se convirtió en el primer hipermercado de Gran Bretaña que ofrece a la salida de las cajas bolsas de compra biodegradables al 100%.
Las bolsas parecen idénticas a las actuales, tienen el mismo tacto y reúnen las mismas cualidades para transporte de objetos pero, según afirma Co-op, al cabo de 18 meses se esfuman educadamente en la atmósfera.
No se conoce con exactitud el tiempo de duración de una bolsa de plástico. El polietileno se inventó en los años 30 y no llegó a generalizarse su uso más que a partir de los 70, mientras que los cálculos sobre su duración oscilan entre una estimación conservadora de unos 100 años y la más reciente de «un millón de años» aportada por el supermercado irlandés Musgraves.
Cualquiera que sea el cálculo correcto, los 8.000 millones de bolsas que los británicos utilizan cada año y los 2.000 millones que China emplea cada día seguirán en la Tierra mucho tiempo después de que sus usuarios se hayan convertido en polvo.
Las extensiones de terreno que hay que dedicar a vertederos por culpa de la longevidad de las bolsas no son más que una de las caras del problema. La próxima vez que cualquiera coja otra bolsa más para llevar en ella lo que haya comprado, debe pensar en la tortuga que quizás un día la confunda con una sabrosa medusa y encuentre así una muerte horripilante por asfixia.
O que reflexione por un momento sobre los arrecifes de la barrera coralina del golfo de Aqaba, en Jordania, que mueren por falta de alimento a causa de la capa de plástico que hay en la superficie y que impide que les llegue la luz del sol.
Bloquean las Alcantarillas
Si esto de la naturaleza no le quita el sueño, ¿se lo quitarán entonces los 10 millones de bolsas que cada día se tiran en la ciudad de Dhaka, capital de Bangladesh, y que han multiplicado los efectos negativos de las recientes inundaciones debido a que ciegan la red de saneamiento de la ciudad?
De una manera vaga y confusa, en un plano emocional, los consumidores son conscientes de todos estos problemas, un estado de ánimo que se manifiesta en lo que podría llamarse sentimiento de culpabilidad de la bolsa de plástico: esa sensación de malestar que nos invade al abrir un armario de cocina y encontrarnos con una avalancha de polietileno.
En China se ha consagrado la expresión «contaminación blanca» para designar la marea de polietileno que flota por las calles arrastrada por el viento. En Sudáfrica hay tantas bolsas por los árboles que la gente de allá dice que muchas veces parece como si hubiera nevado.
La nueva bolsa se deshace gracias a un agente capaz de descomponerla, al parecer, sin producir otros daños; se trata de un ion metálico que se inyecta en el compuesto de polietileno en la última fase de producción. Las bolsas corrientes no se descomponen porque están hechas de enormes cadenas irrompibles de moléculas que actúan como catalizadores.
Las nuevas bolsas, más que biodegradables son degradables porque su descomposición no se basa en organismos vivos que actúen como catalizadores. Podría dejarse este plástico en un recipiente sellado y aun en ese caso terminaría finalmente por desaparecer.
La bolsa degradable ha sido acogida por la organización ecologista Amigos de la Tierra como un paso positivo, aunque corto, en el largo camino hacia la eliminación del plástico. «Nos parece bien la iniciativa -comenta Mike Childs- porque las bolsas de plástico producen un enorme daño a la naturaleza y las basuras representan, como es obvio, un problema».
Si sale bien el experimento en Co-op, los científicos de Symphony Plastics se proponen aplicar esa misma tecnología a otros materiales de embalaje, como el plástico de burbujas, los envases de alimentos congelados y los envoltorios de panadería.
Ocurra lo que ocurra, los ecologistas y los comerciantes están de acuerdo en reconocer que, cuando el objetivo es modificar los hábitos del consumidor, lo mejor es adoptar el punto de vista más pesimista posible sobre la naturaleza humana.
El mundo tiene un problema enorme con las bolsas. Hay bolsas de plástico -miles y miles de millones de bolsas- por todas partes y han invadido nuestras tierras, nuestras alcantarillas, nuestros ríos y nuestros mares. Cuando todos nosotros estemos muertos y hayamos desaparecido, allí seguirán todavía las bolsas, porque duran y duran, casi eternamente.
En las representaciones antiguas del apocalipsis, la cucaracha solía ser el símbolo último de la supervivencia. No deja de ser motivo de cierta satisfacción el hecho de que la inextinguible cucaracha esté a punto de ser desplazada por un símbolo nuevo y todavía más duradero. La historia de la Humanidad sobrevivirá a la próxima era glacial metida en una bolsa de plástico.
Con un poco de suerte, esa bolsa no será de Co-op. Ese es, al menos, el farol que se ha tirado esta cadena de supermercados, que el mes pasado se convirtió en el primer hipermercado de Gran Bretaña que ofrece a la salida de las cajas bolsas de compra biodegradables al 100%.
Las bolsas parecen idénticas a las actuales, tienen el mismo tacto y reúnen las mismas cualidades para transporte de objetos pero, según afirma Co-op, al cabo de 18 meses se esfuman educadamente en la atmósfera.
No se conoce con exactitud el tiempo de duración de una bolsa de plástico. El polietileno se inventó en los años 30 y no llegó a generalizarse su uso más que a partir de los 70, mientras que los cálculos sobre su duración oscilan entre una estimación conservadora de unos 100 años y la más reciente de «un millón de años» aportada por el supermercado irlandés Musgraves.
Cualquiera que sea el cálculo correcto, los 8.000 millones de bolsas que los británicos utilizan cada año y los 2.000 millones que China emplea cada día seguirán en la Tierra mucho tiempo después de que sus usuarios se hayan convertido en polvo.
Las extensiones de terreno que hay que dedicar a vertederos por culpa de la longevidad de las bolsas no son más que una de las caras del problema. La próxima vez que cualquiera coja otra bolsa más para llevar en ella lo que haya comprado, debe pensar en la tortuga que quizás un día la confunda con una sabrosa medusa y encuentre así una muerte horripilante por asfixia.
O que reflexione por un momento sobre los arrecifes de la barrera coralina del golfo de Aqaba, en Jordania, que mueren por falta de alimento a causa de la capa de plástico que hay en la superficie y que impide que les llegue la luz del sol.
Bloquean las Alcantarillas
Si esto de la naturaleza no le quita el sueño, ¿se lo quitarán entonces los 10 millones de bolsas que cada día se tiran en la ciudad de Dhaka, capital de Bangladesh, y que han multiplicado los efectos negativos de las recientes inundaciones debido a que ciegan la red de saneamiento de la ciudad?
De una manera vaga y confusa, en un plano emocional, los consumidores son conscientes de todos estos problemas, un estado de ánimo que se manifiesta en lo que podría llamarse sentimiento de culpabilidad de la bolsa de plástico: esa sensación de malestar que nos invade al abrir un armario de cocina y encontrarnos con una avalancha de polietileno.
En China se ha consagrado la expresión «contaminación blanca» para designar la marea de polietileno que flota por las calles arrastrada por el viento. En Sudáfrica hay tantas bolsas por los árboles que la gente de allá dice que muchas veces parece como si hubiera nevado.
La nueva bolsa se deshace gracias a un agente capaz de descomponerla, al parecer, sin producir otros daños; se trata de un ion metálico que se inyecta en el compuesto de polietileno en la última fase de producción. Las bolsas corrientes no se descomponen porque están hechas de enormes cadenas irrompibles de moléculas que actúan como catalizadores.
Las nuevas bolsas, más que biodegradables son degradables porque su descomposición no se basa en organismos vivos que actúen como catalizadores. Podría dejarse este plástico en un recipiente sellado y aun en ese caso terminaría finalmente por desaparecer.
La bolsa degradable ha sido acogida por la organización ecologista Amigos de la Tierra como un paso positivo, aunque corto, en el largo camino hacia la eliminación del plástico. «Nos parece bien la iniciativa -comenta Mike Childs- porque las bolsas de plástico producen un enorme daño a la naturaleza y las basuras representan, como es obvio, un problema».
Si sale bien el experimento en Co-op, los científicos de Symphony Plastics se proponen aplicar esa misma tecnología a otros materiales de embalaje, como el plástico de burbujas, los envases de alimentos congelados y los envoltorios de panadería.
Ocurra lo que ocurra, los ecologistas y los comerciantes están de acuerdo en reconocer que, cuando el objetivo es modificar los hábitos del consumidor, lo mejor es adoptar el punto de vista más pesimista posible sobre la naturaleza humana.
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