VIEJAS REFLEXIONES SOBRE EL VECINO PAÍS.
Rafael Pompilio Santeliz
Colombia y Venezuela son alas de un mismo pájaro. Hasta 1830 fuimos Ciudadanos Grancolombianos. Los lazos históricos son muchos; la diferencia entre un andino o llanero colombiano o venezolano es nada; las fronteras se desdibujan cuando el calor humano es el mismo. Sería necesario recordar que nuestra Segunda República nos la regalaron las bayonetas colombianas cuando Bolívar tuvo que ir a pedir ayuda al pueblo granadino ante la indecisión de los venezolanos de abrazar la lucha independentista; de cuando el oportunismo y la indecisión alzaban banderas realistas o patriotas, según fuese pasando por el sitio, el triunfador de uno u otro bando. Los éxitos alcanzados con la Campaña Admirable -mil millas en siete semanas, desde el río Magdalena hasta entrar a Caracas el 7 de agosto de 1813- glorificaron a héroes neogranadinos que murieron en la histórica Campaña como los colombianos Anastasio Girardot y Antonio Ricaurte. Bolívar en el Manifiesto de Carúpano deja una constancia de esta hermandad: “Esperad compatriotas al noble, al virtuoso pueblo granadino que volará ansioso a recoger nuevos trofeos, aprestaros nuevos auxilios, y a traeros de nuevo la libertad, si antes vuestro valor no la adquiere”.
Pueblo de trabajo, de idolatría popular bolivariana, de poetas y músicos en cualquier recodo de su real maravilloso territorio. Nación de una constante lucha, muchas veces desvirtuada por las complejidades de esta contemporaneidad. Los intereses entremezclados de los diferentes grupos, permeados entre sí, nos han surcado el temor de acercarnos como hermanos ante la dificultad de ser objetivos o pisar en falso para el abrazo fraterno. La xenofobia inducida, la descomposicion social en ambas partes y la manipulación interesada en el caos, nos atomiza, nos disgrega como pueblos. Desconocemos o nos desinteresamos de la historia de esta cercanía de quienes más se nos parecen. El humano a veces rechaza su propio espejo. Las fluctuaciones económicas entre países por la división internacional del trabajo, sembrada por otros, nos han hecho odiar las migraciones indeseables; pero si a la otra cara vamos, en nada se diferencian el lumpen colombiano del lumpen venezolano.
Toda guerra entre hombres -escribió Víctor Hugo- es una guerra entre hermanos. La única distinción que puede hacerse es la de guerra justa y guerra injusta. Guerras de liberación y guerras de agresión. Desde su inicio el Plan Colombia (USA) posee en el fondo una pretensión: Convertir a Colombia en el Israel de América Latina. Por su voluminosa deuda los EE.UU., y la busqueda de nuevos recursos, este país ha recurrido a gobiernos títeres, como lanza de penetración, para apropiarse de nuestras riquezas y destruir todo avance de construcciones soberanas que sean referencias y efecto-demostracion en Latinoamerica y el mundo.
Nuestro vecino país también a sido víctima del desdibujamiento de lo latino que ha sembrado la penetración cultural que nos hace sentimos extranjeros en nuestros propios países. La referencia de sus gobernates es USA, su principal comprador. En su otredad de imitación no se ha reconocido así misma, de ahí la necesidad de instituciones que nazcan de su propia constitución social. Un Estado que no existe por sus múltiples intereses y dinámicas, se ha convertido en enemigo de toda transformación. Como un papagayo sin cola vuela al servicio de la oligarquía. Esta complejidad de un país dividido por retazos, ha hecho de todo un reto, un empecinamiento, una simulación, un cultivo por la apariencia, traducidas en algunas circunstancias, en falta de carácter, en una apatía y desconfianza. No es casual que apenas elija un diez por ciento de su ciudadanía. En su interior se levantan grandes muros: el “Palacio" del gobierno se erige como una pirámide feudal y estamentaria cuya base es el odio mestizo, en medio de un gran desprecio a lo que significa lo campesino. “El peor de los males es el que no se ve”, nos dijo una vez el poeta colombiano William Ospina. También nos habló de los choques del odio entre las falsas tendencias, del privilegio del estamento militar cuyo origen, según decía, viene del régimen aristocrático clerical. Todo este abigarrado mapa conceptual ha generado cuadros de violencia familiar e intolerancia social: un solo partido con dos caras ha gobernado por decenios. Un espíritu de venganza ha prohibido toda oposición política. “Ser rico de cuna” es una condición per se para poder integrarse a la democracia formal militarizada cuyo modelo es una Bogotá bañada por este régimen de simulación e imitación precaria. Esta cultura desequilibrada por el peso de los modelos aristocráticos ha engendrado una gran malicia en la gente y sus resultados han sido la guerra o la resignación a ser víctima en este país de las exclusiones en donde sólo 5 de los 35 millones viven bien.
Pero en esta gran complejidad la podredumbre actúa como un gran laboratorio para la vida. Diferentes intentos de recomposicion, que parecen hasta suicidas, intentan con mucho riesgo, alzar Otro sentimiento, un poder paralelo como antítesis de lo horroroso. La violencia en sus miles de formas no ha logrado destruir los sueños de estos hermanos que en diferentes instancias y visiones plantean variadas búsquedas de esencias de lo que será “lo colombiano”. Por su laberinto, posiblemente, pasen muchas lunas, pero por su historia y sus contradicciones antagónicas este pueblo sabrá desalienarse y ser sabio en la síntesis para recuperar el camino truncado por esta pesadilla, que ya parece interminable. Son retos difíciles en el país mas complejo de América latina, pero la presencia de vanguardias múltiples en su seno hara ese milagro. Seguro.
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