La otra guerra de Trump es contra los inmigrantes
MILES AGUARDAN EN LA FRONTERA CON MEXICO
Miles de inmigrantes hondureños aguardan hace muchos días la posibilidad de entrar a territorio de EE UU desde la frontera con México. Donald Trump les hace la guerra.
SERGIO ORTIZ
En la “caravana” de inmigrantes, que muchos de éstos llaman “éxodo”, hay cerca de 7.000 personas. Buena parte partió el 13 de octubre pasado desde la ciudad hondureña de San Pedro Sula, atravesando a pie el resto de su país y luego el de Guatemala. Después hizo una larga travesía por México, siempre en dirección a Estados Unidos.
Una parte del contingente, luego de hacer 4.300 km a pie, incluso con gente mayor y niños, ya está hace varios días en Tijuana, su última escala, pegada al cruce fronterizo de El Chaparral-San Ysidro, entre Tijuana y San Diego.
Otros grupos de caminantes están todavía en Mexicali y otras ciudades mexicanas, pero siguen avanzando hacia esa frontera estadounidense. El viejo refrán dice “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, pero paradojalmente esos inmigrantes creen que entrando al país del Norte podrán mejorar sus vidas tan faltas de perspectivas mínimas que atraviesan en Honduras.
Es comprensible esa creencia de los migrantes. En sus localidades han sufrido años de pobreza extrema, violencia del narcotráfico y mafias como las maras, golpes de Estado como en 2009, crímenes de esos carteles y trata de personas, etc. Abrumados por esa vida que no merece llamarse así, emprendieron ese éxodo pensando que podrán estar mejor, lo que resulta como menos dudoso tratándose del país que gobierna Donald Trump desde 2017.
A lo largo de este mes y semanas, la caravana ha sufrido condiciones muy difíciles. No es fácil caminar miles de kilómetros, sin condiciones mínimas de alimentación, higiene y seguridad, viviendo en campamentos o a la intemperie.
El segmento que ya llegó a Tijuana ha sufrido manifestaciones adversas de sectores mexicanos que los consideran poco menos que invasores. “Bola de vagos, marihuanos” es lo más bonito que les dijo el alcalde de Tijuana, Juan Manuel Gastélum, al unísono con insultos de vecinos “nacionalistas”, más bien xenófobos.
Esa hostilidad no fue característica de la mayoría del pueblo mexicano, que en general los trató bien, sino más bien de minorías y autoridades conservadoras y de derecha. Los migrantes se despidieron muy agradecidos de cada ciudad azteca de la que partían.
Hay que dejar constancia de aquella hostilidad, para que no se piense que solamente los xenófobos son Trump y Enrique Peña Nieto, del PRI, o los del aún más derechista PAN. También por abajo crecen plantas venenosas, regadas por el capitalismo salvaje…
SERGIO ORTIZ
En la “caravana” de inmigrantes, que muchos de éstos llaman “éxodo”, hay cerca de 7.000 personas. Buena parte partió el 13 de octubre pasado desde la ciudad hondureña de San Pedro Sula, atravesando a pie el resto de su país y luego el de Guatemala. Después hizo una larga travesía por México, siempre en dirección a Estados Unidos.
Una parte del contingente, luego de hacer 4.300 km a pie, incluso con gente mayor y niños, ya está hace varios días en Tijuana, su última escala, pegada al cruce fronterizo de El Chaparral-San Ysidro, entre Tijuana y San Diego.
Otros grupos de caminantes están todavía en Mexicali y otras ciudades mexicanas, pero siguen avanzando hacia esa frontera estadounidense. El viejo refrán dice “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, pero paradojalmente esos inmigrantes creen que entrando al país del Norte podrán mejorar sus vidas tan faltas de perspectivas mínimas que atraviesan en Honduras.
Es comprensible esa creencia de los migrantes. En sus localidades han sufrido años de pobreza extrema, violencia del narcotráfico y mafias como las maras, golpes de Estado como en 2009, crímenes de esos carteles y trata de personas, etc. Abrumados por esa vida que no merece llamarse así, emprendieron ese éxodo pensando que podrán estar mejor, lo que resulta como menos dudoso tratándose del país que gobierna Donald Trump desde 2017.
A lo largo de este mes y semanas, la caravana ha sufrido condiciones muy difíciles. No es fácil caminar miles de kilómetros, sin condiciones mínimas de alimentación, higiene y seguridad, viviendo en campamentos o a la intemperie.
El segmento que ya llegó a Tijuana ha sufrido manifestaciones adversas de sectores mexicanos que los consideran poco menos que invasores. “Bola de vagos, marihuanos” es lo más bonito que les dijo el alcalde de Tijuana, Juan Manuel Gastélum, al unísono con insultos de vecinos “nacionalistas”, más bien xenófobos.
Esa hostilidad no fue característica de la mayoría del pueblo mexicano, que en general los trató bien, sino más bien de minorías y autoridades conservadoras y de derecha. Los migrantes se despidieron muy agradecidos de cada ciudad azteca de la que partían.
Hay que dejar constancia de aquella hostilidad, para que no se piense que solamente los xenófobos son Trump y Enrique Peña Nieto, del PRI, o los del aún más derechista PAN. También por abajo crecen plantas venenosas, regadas por el capitalismo salvaje…
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