AUNQUE LES DUELA A ELLOS Y SE ESFUERCEN TODOS LOS DÍAS POR OCULTAR QUE EXISTE UNA GUERRA ECONÓMICA Y UN BLOQUEO CONTRA VENEZUELA NO TIENE DESPERDICIO ESTE ARTICULO DE CAROLA CHAVEZ
Carola Chávez :
En esta guerra las palabras son balas, incluso las que no se pronuncian. Es tan duro el asedio que hasta la omisión de una palabra alimenta la hoguera comunicacional que nos quiere consumir. Agobiados por la guerra, dejamos de nombrarla y usamos la palabra “crisis” que nos impone el enemigo, la que lo encubre, la que invisiviliza su ataque feroz, la que lo libra de culpas, la que te culpa a ti, la que culpa a los compañeros, la que desalienta, la que separa, la que te roba la esperanza y te derrota.
El enemigo camufla la guerra enumerando sus consecuencias dramáticas, que nos duelen en el alma, como echándole sal a una herida y cuando el dolor se afinca, nos tapa el sol del ataque con el dedo de las palabras “ineficiencia”, “corrupción”, “incapacidad”… siempre atadas a las palabras “socialismo”, “chavismo”, “revolución”, estas a su vez ligadas inevitablemente a “fracaso”… decretando la urgente necesidad de ponerle fin al “desastre”, palabra favorita de todas, que se cuela en nuestra trinchera atada a las palabras “desconexión”, “abandono”, “capitulación” e inevitablemente la palabra “traición”.
Abundan entonces las oraciones prefabricadas, convertidas en letanías que se pronuncian en modo piloto automático. Y medias verdades y grandes mentiras se repiten como mantras que terminan explotando en nuestra propia trinchera, mientras el enemigo come cotufas encantado y arrecia sus cañonazos.
La guerra no existe, “es el gobierno que no la detiene” porque “en China fusilan a los corruptos” y “el gobierno tiene que nacionalizar los medios de producción” y “tienen que supervisar” y “tiene que hacerme caso a mi”… Y es que también están las palabras que dicen exactamente lo que hay que hacer y que el gobierno no hace. Entonces la palabra “crisis” se rodea de soluciones que parecen tan sencillas como el simple hecho de pronunciarlas y si el gobierno no las aplica, o si las aplica y el enemigo responde -ahí vamos otra vez- el gobierno es culpable por “ineficiente”, “corrupto”, “incapaz”… No es que sí, no es que no, es que si quieres que te cuente el cuento del gallo pelón.
Y los tomates y cebollas se pudren en los supermercados mientras sigue subiendo su precio, derrumbando a patadas en el estómago a la sagrada ley de la oferta y la demanda, pero no es una guerra. Y ayer en la Casa Blanca se habló de incluirnos en la lista de países que patrocinan el terrorismo -¡ellos a nosotros!- pero no es una guerra. Y la semana pasada, un banco de Inglaterra se apropió 14 toneladas del oro de nuestras reservas, pero ¡shhhh!, que estoy hablando de la “crisis, de la desigualdad, de la camionetica, de la rabia que tengo porque ya no somos el país más feliz del mundo que fuimos, allá en 2007 ¡Ay, Chávez, cuánta falta nos haces!”.
Y con cuatro palabras lloronas Chávez se convierte, para ellos, en sinónimo de orfandad, de desamparo, de impotencia y no de fortaleza, convicción, valentía indoblegable… de grandeza, que es lo que es Chávez… Y se apropian de su nombre para justificar el “miedo” y “cansancio” que nunca pronuncian en primera persona, como tampoco pronuncian la palabra “guerra” que los provoca.
Palabras más, palabras menos, en esta guerra tan dura, es tarea de todos afinar con precisión y no perder la puntería.
Carola Chávez :
En esta guerra las palabras son balas, incluso las que no se pronuncian. Es tan duro el asedio que hasta la omisión de una palabra alimenta la hoguera comunicacional que nos quiere consumir. Agobiados por la guerra, dejamos de nombrarla y usamos la palabra “crisis” que nos impone el enemigo, la que lo encubre, la que invisiviliza su ataque feroz, la que lo libra de culpas, la que te culpa a ti, la que culpa a los compañeros, la que desalienta, la que separa, la que te roba la esperanza y te derrota.
El enemigo camufla la guerra enumerando sus consecuencias dramáticas, que nos duelen en el alma, como echándole sal a una herida y cuando el dolor se afinca, nos tapa el sol del ataque con el dedo de las palabras “ineficiencia”, “corrupción”, “incapacidad”… siempre atadas a las palabras “socialismo”, “chavismo”, “revolución”, estas a su vez ligadas inevitablemente a “fracaso”… decretando la urgente necesidad de ponerle fin al “desastre”, palabra favorita de todas, que se cuela en nuestra trinchera atada a las palabras “desconexión”, “abandono”, “capitulación” e inevitablemente la palabra “traición”.
Abundan entonces las oraciones prefabricadas, convertidas en letanías que se pronuncian en modo piloto automático. Y medias verdades y grandes mentiras se repiten como mantras que terminan explotando en nuestra propia trinchera, mientras el enemigo come cotufas encantado y arrecia sus cañonazos.
La guerra no existe, “es el gobierno que no la detiene” porque “en China fusilan a los corruptos” y “el gobierno tiene que nacionalizar los medios de producción” y “tienen que supervisar” y “tiene que hacerme caso a mi”… Y es que también están las palabras que dicen exactamente lo que hay que hacer y que el gobierno no hace. Entonces la palabra “crisis” se rodea de soluciones que parecen tan sencillas como el simple hecho de pronunciarlas y si el gobierno no las aplica, o si las aplica y el enemigo responde -ahí vamos otra vez- el gobierno es culpable por “ineficiente”, “corrupto”, “incapaz”… No es que sí, no es que no, es que si quieres que te cuente el cuento del gallo pelón.
Y los tomates y cebollas se pudren en los supermercados mientras sigue subiendo su precio, derrumbando a patadas en el estómago a la sagrada ley de la oferta y la demanda, pero no es una guerra. Y ayer en la Casa Blanca se habló de incluirnos en la lista de países que patrocinan el terrorismo -¡ellos a nosotros!- pero no es una guerra. Y la semana pasada, un banco de Inglaterra se apropió 14 toneladas del oro de nuestras reservas, pero ¡shhhh!, que estoy hablando de la “crisis, de la desigualdad, de la camionetica, de la rabia que tengo porque ya no somos el país más feliz del mundo que fuimos, allá en 2007 ¡Ay, Chávez, cuánta falta nos haces!”.
Y con cuatro palabras lloronas Chávez se convierte, para ellos, en sinónimo de orfandad, de desamparo, de impotencia y no de fortaleza, convicción, valentía indoblegable… de grandeza, que es lo que es Chávez… Y se apropian de su nombre para justificar el “miedo” y “cansancio” que nunca pronuncian en primera persona, como tampoco pronuncian la palabra “guerra” que los provoca.
Palabras más, palabras menos, en esta guerra tan dura, es tarea de todos afinar con precisión y no perder la puntería.
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