El elefante bocarriba
Nicolás, Diosdado, Reinado,
Las hojas de la patria están a la vuelta de la esquina
Federico Ruiz Tirado
Cuenta la crónica que durante la
fundación de la Biblioteca Ayacucho en los años de las abultadas y tentadoras
alforjas de la renta petrolera, por ahí en los setentas, década de oro de Carlos Andrés Pérez, entre saltos de
charcos pantanosos y algarabía populista, sostenida, por cierto, con orgullo estratégico
por la izquierda “maltrecha”, diría el Presidente Maduro, o ”cooperante”, como
la habría de calificar Diosdado, a punta de consignas como “Si podemos, somos
MAS” o “Vamos a golpear juntos”; cuenta la leyenda, digo, que una vez se
cayeron a palos en la sede de Fedecámaras los pelucones de entonces ( y algunos
calvos también) y le preguntaron a quema ropa (o a boca de urna) a Simón
Alberto Consalvi cuál sería el título a elegir para bautizar el más ambicioso
proyecto editorial del continente americano: le dijeron “nuestro proyecto
requiere de una ética y una estètica y nosotros somos políticos, no políticos
amanerados ni afrancesados, ayúdanos”. Tenía que ser un rotulo según ellos bien
adeco adeco, pero no podía ser Carlos Canache Mata porque para entonces esa pluma
que tanto sedujo a Cabrujas, era apenas una cerda en el peine por donde debía
de pasar, según CAP, la ruta de modernidad petrolera con el propósito de dejar
bien luciente la barajita –o la baratija- de su liderazgo en el llamado Tercer
Mundo, del cual CAP quería adueñarse a punta de petróleo crudo, liviano y
pesado. No llamaron a Rómulo Gallegos ni Uslar porque ambos no les paraban bola
a Pérez y, Consalvi, ocupadísimo en tares menores con los Otero Silva (menos
mal que para entonces Tulio Hernández todavía vivía en una residencia, venido
de Rubio, a estudiar sociología en la UCV) Y en las filas del partido del
pueblo la única mujer que sabía hacer algunas cosas con gusto era la esposa de Juan Bimba, diestra
en guisos de hallacas, tequeños de hojaldre y cremas de aguacate pintones y
empanadas de mechada para enriquecer el menú de pasapalos de los dueños de la Venezuela Saudita.
Consalvi,
desconcertado, pero sintiéndose indispensable en el Reino de los barriles de
whisky petrolero, se comunicó con Ángel Rama –genio detrás de la conformación
de semejante arquitectura de las letras- y postuló un candidato insólito: Simón
Bolívar. Propuso como nuestro primer hombre de letras al Libertador de nuestros
pueblos, homologándolo entonces no sólo a los más ilustres y brillantes hombres
de letras de la región, sino atribuyéndole el protagonismo en la construcción
de nuestra identidad. De nuestra identidad de Patria. A CAP le gustó porque él,
en su intimidad y a veces en público, como lo hizo cuando nacionalizó el
petróleo, el hierro y la perrarina, se creía Bolívar. Pero alguien lo persuadió
de la alucinación diurna y, entre palos y tequeños olvidó el asunto de la Biblioteca.
CAP creía en el fondo que se trataba de una biblioteca fabricada con caoba y enchapada
en oro que, él, iba a lucir en el despacho donde casi que entrega a Venezuela a
FMI y al Banco Mundial en su segundo reinado, 1989.
Solo una persona de aquel consejo
editorial –cuentan los sobrevivientes- secundó la propuesta de Rama. Ya intuían
que una colección de libros en presentación de lujo que incluyera, en sus
números cuidadosamente editados y presentados, a nombres como Sor Juana Inés de
la Cruz, Pablo Neruda, Literatura Quechua, Literatura Maya, Literatura Guaraní,
José Martí, Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, Inca Garcilaso de La Vega,
Leopoldo Lugones, Fray Servando Teresa de Mier, Cesar Vallejo, Guillermo
Meneses, Macedonio Fernández, se atreviera a comenzar su genealogía con el para
entonces empolvado, momificado, y prelavado Simón Bolívar era un acto
revolucionario.
Ángel Rama se convirtió en un espía del
futuro que ahora celebra que la Patria nuestra, americana, comience sus letras
no sólo con Bolívar, en los tomos de la Biblioteca Ayacucho, sino que le
completen nombres como Francisco de Miranda, Antonio José de Sucre, y muy
pronto con el Ideario Político del
Comandante Hugo Chávez.
Los adecos se equivocaron, gracias a
dios, y aunque CAP no sabía quien era Sor Juana Inés de la Cruz, creyó que la
Biblioteca Ayacucho también formaba parte del legado de Jesús Cristo y aceptó y
firmó y decretó y continuaron echándose palos y comiendo tostones.
Ángel Rama les hizo una trampa a los
adecos de entonces, así como Chávez les hizo lo mismo a los de ahora con
Alberto Arvelo Torrealba y los acorraló en Santa Inés con Diablo y todo. Ramos
Allup tuvo que releer a Alberto Arvelo Torrealba a escondidas.
Hoy queda en manos de nuestro Ministro
Reinando Iturriza, del Presidente Maduro y el inquieto Diosdado Cabello, mirar
con avidez chavista los títulos de esa Bibliteca para cultivar en la lectoría
chavista, el sendero `por donde el pensamiento latinoamericano,
independentista, revolucionario y creador transitó hasta llegar a la Academia
militar y ser avistada por el inolvidable Jefe de la Revolución Bolivariana,
Hugo Chávez.
En esa Biblioteca, gracias a Ángel Rama
y a otros pensadores, yacen las hojas de la patria nuestra. Hay que hurgar en
ella, democratizarla entre los soldados, los campesinos, los seres de este
espacio humano que es Venezuela: no permitamos que los libros se vuelvan
momias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario