lunes, 20 de julio de 2015

El elefante bocarriba

Nicolás, Diosdado, Reinado,
Las hojas de la patria están a la vuelta de la esquina



Federico Ruiz Tirado

Cuenta la crónica que durante la fundación de la Biblioteca Ayacucho en los años de las abultadas y tentadoras alforjas de la renta petrolera, por ahí en los setentas, década de oro  de Carlos Andrés Pérez, entre saltos de charcos pantanosos y algarabía populista, sostenida, por cierto, con orgullo estratégico por la izquierda “maltrecha”, diría el Presidente Maduro, o ”cooperante”, como la habría de calificar Diosdado, a punta de consignas como “Si podemos, somos MAS” o “Vamos a golpear juntos”; cuenta la leyenda, digo, que una vez se cayeron a palos en la sede de Fedecámaras los pelucones de entonces ( y algunos calvos también) y le preguntaron a quema ropa (o a boca de urna) a Simón Alberto Consalvi cuál sería el título a elegir para bautizar el más ambicioso proyecto editorial del continente americano: le dijeron “nuestro proyecto requiere de una ética y una estètica y nosotros somos políticos, no políticos amanerados ni afrancesados, ayúdanos”. Tenía que ser un rotulo según ellos bien adeco adeco, pero no podía ser Carlos Canache Mata porque para entonces esa pluma que tanto sedujo a Cabrujas, era apenas una cerda en el peine por donde debía de pasar, según CAP, la ruta de modernidad petrolera con el propósito de dejar bien luciente la barajita –o la baratija- de su liderazgo en el llamado Tercer Mundo, del cual CAP quería adueñarse a punta de petróleo crudo, liviano y pesado. No llamaron a Rómulo Gallegos ni Uslar porque ambos no les paraban bola a Pérez y, Consalvi, ocupadísimo en tares menores con los Otero Silva (menos mal que para entonces Tulio Hernández todavía vivía en una residencia, venido de Rubio, a estudiar sociología en la UCV) Y en las filas del partido del pueblo la única mujer que sabía hacer algunas  cosas con gusto era la esposa de Juan Bimba, diestra en guisos de hallacas, tequeños de hojaldre y cremas de aguacate pintones y empanadas de mechada para enriquecer el menú de pasapalos de  los dueños de la Venezuela Saudita.

 Consalvi, desconcertado, pero sintiéndose indispensable en el Reino de los barriles de whisky petrolero, se comunicó con Ángel Rama –genio detrás de la conformación de semejante arquitectura de las letras- y postuló un candidato insólito: Simón Bolívar. Propuso como nuestro primer hombre de letras al Libertador de nuestros pueblos, homologándolo entonces no sólo a los más ilustres y brillantes hombres de letras de la región, sino atribuyéndole el protagonismo en la construcción de nuestra identidad. De nuestra identidad de Patria. A CAP le gustó porque él, en su intimidad y a veces en público, como lo hizo cuando nacionalizó el petróleo, el hierro y la perrarina, se creía Bolívar. Pero alguien lo persuadió de la alucinación diurna y, entre palos y tequeños olvidó el asunto de la Biblioteca. CAP creía en el fondo que se trataba de una biblioteca fabricada con caoba y enchapada en oro que, él, iba a lucir en el despacho donde casi que entrega a Venezuela a FMI y al Banco Mundial en su segundo reinado, 1989.

Solo una persona de aquel consejo editorial –cuentan los sobrevivientes- secundó la propuesta de Rama. Ya intuían que una colección de libros en presentación de lujo que incluyera, en sus números cuidadosamente editados y presentados, a nombres como Sor Juana Inés de la Cruz, Pablo Neruda, Literatura Quechua, Literatura Maya, Literatura Guaraní, José Martí, Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, Inca Garcilaso de La Vega, Leopoldo Lugones, Fray Servando Teresa de Mier, Cesar Vallejo, Guillermo Meneses, Macedonio Fernández, se atreviera a comenzar su genealogía con el para entonces empolvado, momificado, y prelavado Simón Bolívar era un acto revolucionario.

Ángel Rama se convirtió en un espía del futuro que ahora celebra que la Patria nuestra, americana, comience sus letras no sólo con Bolívar, en los tomos de la Biblioteca Ayacucho, sino que le completen nombres como Francisco de Miranda, Antonio José de Sucre, y muy pronto  con el Ideario Político del Comandante Hugo Chávez.

Los adecos se equivocaron, gracias a dios, y aunque CAP no sabía quien era Sor Juana Inés de la Cruz, creyó que la Biblioteca Ayacucho también formaba parte del legado de Jesús Cristo y aceptó y firmó y decretó y continuaron echándose palos y comiendo tostones.

Ángel Rama les hizo una trampa a los adecos de entonces, así como Chávez les hizo lo mismo a los de ahora con Alberto Arvelo Torrealba y los acorraló en Santa Inés con Diablo y todo. Ramos Allup tuvo que releer a Alberto Arvelo Torrealba a escondidas.

Hoy queda en manos de nuestro Ministro Reinando Iturriza, del Presidente Maduro y el inquieto Diosdado Cabello, mirar con avidez chavista los títulos de esa Bibliteca para cultivar en la lectoría chavista, el sendero `por donde el pensamiento latinoamericano, independentista, revolucionario y creador transitó hasta llegar a la Academia militar y ser avistada por el inolvidable Jefe de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez.

En esa Biblioteca, gracias a Ángel Rama y a otros pensadores, yacen las hojas de la patria nuestra. Hay que hurgar en ella, democratizarla entre los soldados, los campesinos, los seres de este espacio humano que es Venezuela: no permitamos que los libros se vuelvan momias.
https://ssl.gstatic.com/ui/v1/icons/mail/images/cleardot.gif


No hay comentarios:

  EL MUNDO CAMBIARÁ, EL CORONAVIRUS LO LOGRARÁ. Desde que el mundo es mundo, los imperios con sus monarquías y con apoyo de las religiones, ...