Antropología opuesta
Las sociedades se estructuran mediante valores acatados no solo por la mayoría en tanto masa, en tanto cantidad, sino en tanto cualidad, en cuanto a sus entramados simbólicos estratégicos, troncales, esenciales.
Hay al menos dos principios universalmente respetados: el decoro ante la muerte y ante la gente mayor. Son muy diversos los comportamientos y estructuras simbólicas que rigen la vida y la muerte en las innumerables comunidades humanas a través del planeta y de las eras. Así como el trato prodigado a la gente añosa. En ninguna comunidad de que se tenga alguna noticia se prevé la burla a las personas fallecidas o la agresión a las mayores.
Los iniciadores en Venezuela de esta conducta antihumana fueron los jóvenes copeyanos de los años 30, liderados por el bien peinado Rafael Caldera, de veinteañeros que agredieron en patota a Leoncio Martínez y a dos veteranos más que estaban con él en las oficinas del periódico humorístico Fantoches, baluarte de la resistencia popular durante la larga noche gomecista. Aquellos valerosos jóvenes querían vengar las caricaturas que les hizo Leo, en que los pintaba como lo que eran, unos melindrosos señoritos, como los chicos de Primero Justicia y los nalgas blancas, tan afines a aquella gavilla gerontofóbica, que valientemente agreden agavillados a un longevo y le arrancan con arrojo un instrumento cardíaco. Así hizo el corajudo Julio Borges cuando le barajustó a Fernando Soto Rojas en la Asamblea Nacional y si no hubiese sido por la geometría del lugar le hubiera asestado valientemente un buen puñetazo.
Es que así es el fascismo, que inauguró la peor deshumanización conocida. Así, los nazis, por ejemplo, se deshumanizaron cuando deshumanizaron a gitanos, comunistas, socialistas, judíos, personas con discapacidad, homosexuales, en fin, cualquiera que fuese diferente, a quienes se propusieron exterminar de manera metódica, triste, horripilante, execrable. Y para que quede claro que el nazifascismo no es distinción de italianos y alemanes, ahí tenemos la serbia etničko čišćenje o ‘limpieza étnica’ practicada en los Balcanes.
Solo los humanos nos deshumanizamos, claro está, pues ni modo que los gatos. A través de la historia hemos visto acciones protofascistas de exterminio, como la practicada en este continente por la conquista europea, en que extinguieron gran parte de la población indígena, anticipación del genocidio que vivió Europa en los años 40.
Son, sin embargo, hechos excepcionales. No es que a troche y moche halle uno carnicerías como el hecatombe de Ruanda, instigada, por cierto, por medios de comunicación. O el millón de comunistas exterminados en Indonesia o la atrocidad del Jmer Rojo en Camboya, el asedio y acoso de palestinos por parte del sionismo, que no se debe confundir con el respetable judaísmo en tanto que religión e identidad étnica.
Por eso alarma cómo en Venezuela estamos ante un sector que se burla de la muerte y agrede a personas ancianas. Un sector de niños bien, a veces no tan niños, arrogantes, ignorantes, brutales, que actúan en gavillas, que ya vimos cómo se comportaron en sus horas felices durante el Golpe de 2002. O sea, fascistas.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com
Hay al menos dos principios universalmente respetados: el decoro ante la muerte y ante la gente mayor. Son muy diversos los comportamientos y estructuras simbólicas que rigen la vida y la muerte en las innumerables comunidades humanas a través del planeta y de las eras. Así como el trato prodigado a la gente añosa. En ninguna comunidad de que se tenga alguna noticia se prevé la burla a las personas fallecidas o la agresión a las mayores.
Los iniciadores en Venezuela de esta conducta antihumana fueron los jóvenes copeyanos de los años 30, liderados por el bien peinado Rafael Caldera, de veinteañeros que agredieron en patota a Leoncio Martínez y a dos veteranos más que estaban con él en las oficinas del periódico humorístico Fantoches, baluarte de la resistencia popular durante la larga noche gomecista. Aquellos valerosos jóvenes querían vengar las caricaturas que les hizo Leo, en que los pintaba como lo que eran, unos melindrosos señoritos, como los chicos de Primero Justicia y los nalgas blancas, tan afines a aquella gavilla gerontofóbica, que valientemente agreden agavillados a un longevo y le arrancan con arrojo un instrumento cardíaco. Así hizo el corajudo Julio Borges cuando le barajustó a Fernando Soto Rojas en la Asamblea Nacional y si no hubiese sido por la geometría del lugar le hubiera asestado valientemente un buen puñetazo.
Es que así es el fascismo, que inauguró la peor deshumanización conocida. Así, los nazis, por ejemplo, se deshumanizaron cuando deshumanizaron a gitanos, comunistas, socialistas, judíos, personas con discapacidad, homosexuales, en fin, cualquiera que fuese diferente, a quienes se propusieron exterminar de manera metódica, triste, horripilante, execrable. Y para que quede claro que el nazifascismo no es distinción de italianos y alemanes, ahí tenemos la serbia etničko čišćenje o ‘limpieza étnica’ practicada en los Balcanes.
Solo los humanos nos deshumanizamos, claro está, pues ni modo que los gatos. A través de la historia hemos visto acciones protofascistas de exterminio, como la practicada en este continente por la conquista europea, en que extinguieron gran parte de la población indígena, anticipación del genocidio que vivió Europa en los años 40.
Son, sin embargo, hechos excepcionales. No es que a troche y moche halle uno carnicerías como el hecatombe de Ruanda, instigada, por cierto, por medios de comunicación. O el millón de comunistas exterminados en Indonesia o la atrocidad del Jmer Rojo en Camboya, el asedio y acoso de palestinos por parte del sionismo, que no se debe confundir con el respetable judaísmo en tanto que religión e identidad étnica.
Por eso alarma cómo en Venezuela estamos ante un sector que se burla de la muerte y agrede a personas ancianas. Un sector de niños bien, a veces no tan niños, arrogantes, ignorantes, brutales, que actúan en gavillas, que ya vimos cómo se comportaron en sus horas felices durante el Golpe de 2002. O sea, fascistas.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com
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