jueves, 1 de agosto de 2019

Balance y algunas propuestas desde lo vivido en Revolución
Por: Thaís Rodríguez
Después de ausentarme unos dos meses, me recibe Caracas con la brisa helada frente al cerro Mario Briceño Iragorry en Propatria. Este cerro me recuerda tantas cosas de la etapa más feliz de mi juventud al inicio de la Revolución Bolivariana: en el año 2003 el Comandante Chávez le dio la tarea de hacer la Misión Caracas al primer grupo de jóvenes del Frente Francisco de Miranda, el objetivo era internarse en los barrios más pobres de la capital, convivir con la gente, para hacer un diagnóstico social que determinara las necesidades más urgentes de la población. Para allá me fui, de Barquisimeto a Caracas inspirada por un torbellino de ideas e ilusiones cuando era una guarita de 15 años, con cientos de jóvenes de distintas partes del país.
“Muchachos vayan, sean ustedes mis ojos, donde quiera que estén sientan que son Chávez y ayúdenme”, nos decía.
Por coincidencias de la vida, al grupo 5 de trabajadores sociales del cual formaba parte le tocó llegar al barrio Mario Briceño Iragorry, lugar con el mismo nombre del liceo en donde yo comenzaba a estudiar el 5to año de bachillerato en Barquisimeto.
Mario Briceño, fue un joven historiador de esa generación que se enfrentó a la dictadura gomecista, que escribe uno de los más destacados documentos patriotas y antiimperialistas “Mensaje sin destino”, él definió a todo el sector alienado y pro imperialista de nuestra población como “piti yanquis”… para mí no era casualidad que me tocara llegar a vivir y trabajar por casi dos meses en un barrio que lleva su nombre.
Desde el primer día en ese lugar comprendí en plenitud a Chávez, su insistencia, su vehemencia y su prisa por dar soluciones, actitudes que lo acompañaron desde el inicio de su vida política hasta su último respiro.
Mario Briceño es un barrio, como tantos otros en Caracas y en Venezuela, donde la pobreza se sentía en los rostros de la gente. Lo peor no era la precariedad material sino esa miseria espiritual que generalmente la acompaña: niños sin padre y sin escuela, con desnutrición.
La primera eventualidad que tuve fue al entrar a la casa donde nos quedaríamos e intentar ir a la ventana (porque para toda chama de pueblo plano es una atracción llegar a un sitio alto y mirar para abajo), pero ni me dejaron llegar a asomarme con una alerta tranquila pero determinante: “No niña, ahora no te asomes porque hay un tiroteo del otro lado del cerro y puede llegar aquí una bala”. La alerta me la daba Helen, la dueña de casa, una mujer incansable y de convicciones firmes, de esas luchadoras del barrio que están más claras que cualquier dirigente político, de las que en este lapso de 16 años desde que la conocí, en todas las ocasiones que la he visto le digo: ¿Helen cómo estás? Y me responde: En la misma, luchando.
Era una casa pequeña, donde vivía Helen con tres hijas y cada una tenía un compañero y un hijo. Helen sin problemas dijo: todos se van a quedar aquí, y nosotros éramos 25 jóvenes y de vez en cuando Daniel (uno de los muchachos del grupo) llevaba un perrito que se orinaba por todos lados. Durante las noches no se caminaba porque el piso se llenaba de colchonetas que tempranito por las mañanas recogíamos. Al mes de estar allá, el espacio se redujo aún más porque le dimos uno de los tres cuartos a la primera pareja de médicos cubanos que llegaba al barrio.
¿Qué hacíamos? Nos dividíamos en grupos de tres para recorrer, entrar a las casas y conversar con la gente al momento que íbamos llenando un diagnóstico donde se precisaban cosas como: integrantes de la familia, nivel educativo, empleo, nivel de ingreso, aspiraciones de mejoras en su comunidad y hasta preferencia de medios para informarse y entretenerse. A los pocos días ya éramos conocidos en el barrio, y nos coordinábamos con los líderes comunitarios para organizar actividades culturales y deportivas.
Durante mis caminatas conseguí un compañero inseparable que afirmaba que me protegería de cualquier cosa, era Manuel de ocho años. “Eres mi novia y yo te cuido”, me decía. Él había perdido la visión de un ojo y tenía poco desarrollo físico debido a la desnutrición, era el primero de seis hermanos, de los cuales los dos últimos habían nacido con malformaciones genéticas. Vivían en una especie de cueva, un lugar al que nunca entraba la luz del sol, su mamá era drogadicta y no había evidencia de que alguno de los padres se acercara. Quien estaba en el lugar siempre era la abuela, una mujer con aspecto de anciana, probablemente no era tan vieja, pero sólo con mirarle las manos y los ojos podías tener intuición de lo dura que había sido la vida con ella. Esta familia fue uno de los casos que reportamos con insistencia y le conseguimos ayudas sociales.
Allí comprendí qué hay detrás de las estadísticas, porque se dice fácil: 65% de pobreza, 25% de pobreza extrema, 3000 millones de dólares perdidos durante el sabotaje petrolero… pero sólo cuando te conectas con la realidad las cifras te entran como un puñal hasta el alma.
En ese mismo año (2003), a la par que hacíamos el diagnóstico social y después otras tareas, Chávez impulsaba la creación más amorosa y eficiente de nuestra Revolución: Las misiones sociales. Los médicos llegaban de Cuba, porque en Venezuela los pocos que habían no querían ir al barrio, ni al campo; en cambio, los y las cubanas iban a subir al cerro, a cruzar ríos, montañas, sabanas, a dormir en colchonetas. Con una dotación de medicamentos organizaban, junto a la comunidad, consultorios improvisados. Luego se construyeron los módulos de salud, los Centros de Diagnóstico Integral y los Centros de Alta Tecnología.
Por esos días también se crearon los Mercales y Mercalitos, las casas de alimentación donde las manos de las mujeres del barrio se ponían en acción para cocinarle a familias como las de el niño Manuel. Al mismo tiempo se agrupaba el voluntariado para la Misión Robinson que enseñó a leer y a escribir a adultos y a viejitos y el 2005 se declaró a Venezuela territorio libre de analfabetismo, aunque los medios de la derecha se burlaran diciendo: “Loro viejo no aprende a hablar”. Finalizando ese año 2003 comenzaron los censos de la Misión Rivas y la Misión Sucre, para el bachillerato y la universidad.
Pasaron los años, y se fueron sumando un sin fin de conquistas sociales: la Universidad Bolivariana de Venezuela (donde me gradué de comunicadora social) y las aldeas universitarias en todo el país, se creó ViVe Televisión donde aprendí a contar las historias de nuestra revolución, se impulsaron las mejoras en las comunidades a través de los comités de tierra urbana, de salud, de planificación y posteriormente los consejos comunales, se logró la reducción de la pobreza a un 8%, alcanzamos la plena soberanía petrolera con el rescate de Pdvsa y la nacionalización de la faja petrolífera del Orinoco, lo que permitió garantizar los recursos para toda esa política de atención social. Si menciono una por una las creaciones en revolución, seguro que haría un libro con cientos de páginas.
En el 2012 conocí en Caracas la casa de mi amigo Javier, vive en el barrio Isaías Medina Angarita, justo al frente de Mario Briceño, y era inevitable no hacer balance, lo primero que me dije fue: ¡Lo logramos! Aunque faltaba mucho por hacer, ya no habían niños masilentos como Manuel… los muchachitos estaban robustos, jugando un torneo de fútbol que organizaba el consejo comunal, las fachadas estaban coloridas por Barrio Nuevo, Barrio Tricolor, y en definitiva, en los rostros de la gente ya no se veía la miseria espiritual, sino alegría y optimismo.
Todo eso fue producto de las misiones que nacieron gracias al esfuerzo febril de cientos de miles de patriotas dispuestos y dispuestas a recuperar el país; y ya consolidada la revolución seguían surgiendo proyectos tan exitosos como la Gran Misión Vivienda Venezuela y una larga lista de cosas extraordinarias que nosotros normalizamos y algunos desmemoriados se las atribuyen a la 4ta República, cuando son conquistas sociales alcanzadas con el chavismo.
Eso hicimos, y digo hicimos, porque todos y todas las patriotas juntas lo logramos y por ello toda mi vida estaré orgullosa… Hoy, 20 de julio de 2019, vuelvo a la casa de Javier e inevitablemente otra vez una tiene que hacer balance: con facilidad me doy cuenta de que en términos materiales retrocedimos, percepción de la realidad que coincide con las cifras que recientemente publicó el BCV, las cuales indican que estamos en los mismos índices económicos que teníamos en el año 1999, es decir, que en seis años de crisis volvimos al punto de inicio de la Revolución en el aspecto económico. Todo eso por diversos motivos que generaron una crisis que inició en el 2013. Sin embargo, más allá de las cifras, hay que evaluar el campo subjetivo, y allí nos damos cuenta de que la revolución no ha pasado en vano, porque hay un pueblo empobrecido pero resistiendo, con herramientas, con esperanza y con autoestima.
Sabemos las causas de esta crisis, hay motivos de carácter externo como la caída de los precios del petróleo sostenida durante 2 años, el ataque a la moneda como principal componente de la crisis, el bloqueo y las sanciones económicas de Estados Unidos, el robo de el complejo refinador Citgo, el robo de parte de nuestras reservas en oro y dinero del Estado venezolano en cuentas bancarias, la conspiración de la burguesía parásita.
Pero también causas de carácter interno que nos ponen en una situación vulnerable ante los ataques: como la fuga de capitales que hizo un sector empresarial con la anuencia de un funcionariado corrompido, la ineficiencia, la desidia en las instituciones y empresas del Estado, que el pueblo padece con la mala calidad de los servicios básicos (que sufren con intensidad la mayor parte de los estados del país, desde mucho antes de los ataques al sistema eléctrico); y hay que hacer énfasis en la precaria distribución de gas, porque estando en una nación potencia en hidrocarburos, poblaciones enteras hasta dentro de grandes ciudades están cocinando con leña, lo cual genera afectaciones a la salud y un impacto en el ambiente con la tala indiscriminada de árboles; la mala atención, retrasos y en muchos casos cobro de comisiones para realizar trámites en la administración pública; la actuación inescrupulosa de funcionarios de la GNB a lo largo de autopistas y carreteras cobrando comisiones a quienes trasladan insumos (incluyendo alimentos) así se tenga todo en regla; la corrupción que no es sólo un problema ético, sino que ha cobrado unas dimensiones estructurales al punto de agravar la dinámica económica del país (esto último es tema para un artículo completo), entre otros elementos.
Es importante analizar lo concerniente a las responsabilidades directas de los y las que hoy gobiernan para rectificar, porque evidentemente de la derecha, de los enemigos no vamos a esperar cambio, por el contrario, más saboteo y acción contra el pueblo. Entonces toca seguir resistiendo, pero en condiciones de igualdad, con una administración revolucionaria de los recursos, sin excusas absurdas que hacen que la dirigencia pierda legitimidad. Porque es evidente que todos no hemos vivido la crisis en las mismas condiciones, que hay un pueblo abnegado, resistiendo al mismo tiempo en que existen grotescos privilegios para algunos dirigentes que dicen llamarse chavistas, para sectores empresariales y comerciales y para una clase política opositora; en definitiva, la administración de la crisis ha sido en el marco del capitalismo y por lo tanto, nos ha tocado sufrirla a los trabajadores y trabajadoras, pero la pirámide debe invertirse.
Yo me pregunto:
¿Por qué no observamos el mismo espíritu febril de inicios de la revolución para resolver las necesidades más urgentes de la población, y que se incorporen alcaldes, gobernadores, ministros recorriendo, organizando y acompañando al pueblo? No, a muchos y muchas los vemos alejados, en grandes camionetas con temor de acercarse a la gente y cuando salen en la tele, casi todos con kilos de más.
¿Por qué no activamos un plan de recuperación de Pdvsa, con la participación de técnicos e ingenieros patriotas que con su conocimiento, creatividad y honestidad hagan un programa de trabajo que rescate muchas áreas actualmente inoperativas o deficientes? ¡Si se puede! Él Ejército Productivo (un grupo de trabajadores ingenieros de forma voluntaria y saltando todas las trabas y saboteos de la burocracia, el año pasado lograron una Batalla Productiva en el Complejo Refinador de Paraguaná). En esa corta jornada repararon con recursos propios muchas instalaciones. Experiencias como esas deberían ser un plan de Estado, en vez de ser una iniciativa popular parida en lucha contra estructuras administrativas que por oscuras razones se oponen.
¿Por qué no se implementa un método de administración transparente que busque erradicar las prácticas de corrupción en la industria, sobre todo el área de Comercio y Suministros, que es el cerebro comercial de Pdvsa. Recuperar la industria es lo más urgente en esta coyuntura para poder garantizar los recursos que requiere la sociedad.
¿Por qué no vemos mercalitos en los barrios y si vemos tiendas Clap en el CCCT con productos importados a precios inaccesibles para las mayorías? Muchos de ellos son licores, aires acondicionados, maquillajes y demás importaciones que no son de primera necesidad.
En crisis alimentaria, ¿porqué no decretamos la guerra contra el latifundio como lo hizo Chávez en el 2006 y se dan incentivos para la producción, en vez de desplazar a campesinos para garantizar tierras a particulares? ¿Por qué se criminaliza al campesinado pobre que ha puesto el pecho por la revolución y se apoya a las mafias del sector agrícola que conspiran en contra del gobierno con los recursos que reciben de la cartera agrícola del Estado?
Se podría hacer un plan de trabajo en la tierra con metas de producción, donde veamos desde el presidente, el ministro, y demás funcionarios incentivando con el ejemplo en jornadas de trabajo voluntario, que persigan el cumplimiento de esas metas. Haciendo una gran alianza con el campesinado organizado en comunas.
¿Por qué no vemos a los militares incorporados a las tareas urgentes de siembra, producción, recuperación de espacios? como se hizo a comienzos de la revolución con el Plan Bolívar 2000, cuando se encaró la necesidad de superar la pobreza sin tener hasta el momento recursos porque aún no se había rescatado Pdvsa. Volvamos a la unidad cívico militar que planteó el Comandante Chávez y erradiquemos los abusos, la corrupción en el seno de la FANB.
Rectifiquemos, volvamos al camino de Chávez ya que el pueblo resiste y lo espera.
La dirigencia, lo sensato que queda de ella, debe ir a la calle, al encuentro con los niños que deambulan en Sabana Grande, o en algunos otros rincones del país, conversar con las mujeres en una tranca de calle porque no llega el gas, verles los rostros, comprometerse y no dar la espalda a esa esperanza que se observa en esos ojos del pueblo… ir a conmoverse y actuar, como lo hacía Chávez. Háganlo de forma urgente, impostergable.

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