martes, 17 de julio de 2018

La razón de la alegría

Carola Chávez


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«El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza»  Arturo Jauretche

A todos los que no somos Mendoza, Lovera, Machado, Zuloaga, nos golpea esta guerra. Todos somos su objetivo, ninguno de nosotros puede evitar serlo. No hay modo: Venezuela está en la mira de los dueños y los venezolanos, todos, salvo los Amos del Valle, somos fichas desechables en este tablero de guerra. 

Después de años de intentos locos y violentos, donde alguien tenía que dar la cara, a finales de 2012 los dueños afinaron una estrategia que venían incubando desde hacía varios años. Recuerdo el martes 9 de octubre, lo recuerdo clarito porque regresaba a mi casa luego de un mes de ausencia, y tuve que hacer mercado para poner mi cocina al día. Recuerdo mi asombro cuando vi que en cada pasillo había un trabajador remarcando mercancía. De domingo para martes todo subió casi al doble “¡Y se va a poner peor!“ –me dijo con una sonrisa sádica, creyéndose parte de ”la gran familia del dueño”, el pendejo asalariado que estaba arrodillado remarcando latas de atún, chacumbelemente.

Y se puso peor… Ya lo sabemos.

Vamos a asfixiar a Venezuela, dijeron los voceros del Departamento de Estado, y bueno, Venezuela se asfixia asfixiando a los venezolanos. Eso no es difícil de entender, y menos ahora, cuando a todos nos falta el aire. Es una guerra cruel. Ya sabemos cómo funciona, por otras historias de otros países, ya conocíamos de lejos los efectos que empezamos a sentir de cerquita, en carne propia. Es jodido saber lo que viene y seguir levantándose cada mañana con una sonrisa y con esperanza, pero no hay otra: los pueblos tristes no vencen y los chavistas no tenemos otra opción que no sea vencer. Los chavistas lo sabemos.

Es jodidos ver a algunos compañeros caer en el camino, es jodido verlos señalarnos por nuestra insistencia de seguir andando por el mismo camino donde una vez nos encontramos. Es jodido ver cómo algunos pretenden que sintamos vergüenza por no caer derrotados, por no entregarnos, por ser capaces de seguir peleando con toda el alma y seguir sonriendo… Es jodido pero es parte del parte de guerra.

Parece que la alegría es un agravio, cosa que complace a los dueños que nos quitan todo para quitarnos la alegría. Porque de eso se trata, de desmoralizarnos hasta el punto de sumergirnos en la tristeza más profunda: la desesperanza. Los pueblos tristes no vencen y el chavismo es alegría. Esa es, y ha sido, nuestra mayor fortaleza. 

Defender la alegría es vital en esta guerra y esto pasa por inventar y celebrar cada invento, por pequeño que sea, como gran una victoria, porque lo es. Porque en la medida que nos reinventemos nos acercamos a nuestro objetivo. La alegría pasa por el descubrimiento de nuevas capacidades, de nuevas posibilidades, de nuevas formas de hacer las cosas. Pasa por celebrar cada cuesta remontada. La alegría pasa por cada gesto de solidaridad que nos acerca, que nos fortalece. Pasa por el visible florecimiento de la inevitable organización efectiva de la gente para resolver problemas comunes. Pasa por la reflexión, por el reacomodo y el deslastre. Pasa incluso por lo más pequeño, lo más insignificante, por lo cotidiano, lo bonito, lo inocente que persiste a pesar de los dolores, inconsciente de ellos, pasa por preservar esa pureza.. Pasa por la dignidad de guapear, de no mostrarte herido ante quien te quiere destrozado en pedacitos. No tambalear ante quien quiere verte derrumbado. Pasa, en lo individual, por ayudar a todos los que puedas, no como un acto de caridad masturbatoria, sino como un acto de militancia. En esta guerra, no ayudar al otro, es un delito de traición a la Patria.

Defender la alegría y expresarla a todo gañote, como cañonazos. Defender la alegría contra la vergüenza que nos quieren imponer por sonreír en tiempos de guerra. Defender la alegría impúdicamente, amorosamente, a carcajadas, sin pedir permiso ni perdón. Porque los pueblos tristes no vencen y nosotros venceremos.

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