
La Revolución de los Claveles puso fin a la dictadura más larga de Europa occidental. El primer ministro portugués, Marcello Caetano, que mantuvo el régimen estricto erigido por Antonio Salazar en 1933, se marchó. La temida policía secreta se disolvió. Se acabó con la censura y el servicio militar obligatorio. En su lugar, se encontraron el general Antonio Spínola y la promesa de la democracia. Miles de portugueses llenaron las calles de Lisboa la mañana después del golpe para celebrar con claveles blancos y rojos.
Spínola era un liberador poco común. Había luchado al lado de Franco en los años treinta, se había entrenado con las Fuerzas Armadas de Hitler en los cuarenta y se hizo famoso por reprimir alzamientos en las colonias africanas de Portugal en los años sesenta. Como gobernador de Guinea-Bissau (entonces la Guinea portuguesa) desde 1968, Spínola se dio cuenta de que Portugal no podía ganar sus guerras coloniales. En 1974, Spínola era partidario de la independencia de las colonias. Su postura tocó la fibra popular y los conspiradores del golpe lo obligaron a ser su lider.
Resultó que Spínola no estuvo a la altura de su revolución: Portugal quería librarse de décadas de represión de la noche a la mañana, y el general era «demasiado pesimista, demasiado rígido y demasiado triste», según un colega más joven. Dimitió seis meses después de tomar posesión del cargo. La Junta se inclinó hacia la izquierda
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